La mayoría de las personas no puede dar ni recibir amor porque es cobarde y orgullosa, porque tiene miedo al fracaso. Le da vergüenza entregarse a otra persona y más aún rendirse a ella porque teme que descubra su secreto… el triste secreto de cada ser humano: que necesita mucha ternura, que no puede vivir sin afecto. Entonces la vida se vive como un drama. Sándor Márai (1900-1989) fue un explorador de los sentimientos que acompañan al amor, o los que lo suplen. A lo largo de su extensa carrera se impuso la tarea de descubrir por qué no es feliz el hombre cuando tiene a su alcance todos los ingredientes para alcanzar la dicha. Quizá su mejor novela en esta íntima exploración sea La mujer justa (1949) en la que tres personas cuentan, cada una desde su punto de vista, la misma historia de amor, la misma imposibilidad de ser felices.
En el amor, los triángulos son muy peligrosos. Aquí se narra la historia de Péter, casado con dos mujeres, tal vez enamorado de ellas. Esa duda se mantendrá a lo largo del relato, porque por mucho que se ahonda en la propia vida, a veces quien peor se conoce es uno mismo. Por eso, Márai hace hablar en primer lugar a la primera esposa, unos años después de que se haya separado de Péter. Tal vez nadie como ella sea la quintaesencia del ser entregado a otro: sin embargo, no sabemos si a esa entrega se le puede llamar amor. Lo trató de encontrar con Péter, pero éste parecía guardar un secreto en su personalidad que le impedía recoger tal muestra de afecto.
Marika, la primera esposa, aún ama a Péter, a pesar de haberse separado, a pesar de saber que su marido vivió desde siempre enamorado de otra mujer, el otro lado del peligroso triángulo, Judit. Marika es una mujer que piensa que el amor es entrega y que el divorcio significa la separación completa, aunque quede el poso del cariño. Tal vez no supo superar la diferencia social con su marido: ella era una pequeñoburguesa mientras que él era un noble integrado en la alta burguesía de Budapest. Y ella quiso acceder a esa categoría de burguesa haciendo lo que hacen los burgueses: ser completamente previsibles, perfectamente aburridos.
¿Qué esperaba Péter de ella? Quizás nada, porque ella no significa un desafío en su mente. Péter, mientras tanto, se dedica a jugar juegos de adultos con su amigo Lázar, un escritor huraño y oscuro, un intelectual misántropo que ve la vida con un escepticismo rayano en lo cínico. Será Lázar el testigo de la vida de Péter, o así al menos lo entiende él. En uno de los mejores episodios de la novela, Péter trata de explicar a su primera mujer que toda persona tiene un testigo de su vida, una persona para la que hace las cosas, sobre cuya respuesta valora su propia conducta. Es un gran hallazgo éste: no estamos completamente solos, sino que vivimos atados a una persona que nosotros mismos hemos designado para que nos controle la vida. Pero en el caso de Péter es posible que se haya equivocado: no será Lázar quien mejor responda a sus demandas. Tiene al lado a una mujer que lo quiere y, sin embargo, en su ceguera sentimental Péter no es capaz de darse cuenta. La única consecuencia de todo ello es el drama que vivirá la pareja, drama al que se unirá la pérdida de su hijo pequeño.
Pero será el propio Péter el que encienda la mecha de ese fracaso que será su vida, porque durante todos los años que estuvo casado con Marika, amó en secreto a otra mujer, la criada de su madre, Judit. La historia de Judit es mucho más complicada que la del primer matrimonio. Ella conoce a Péter siendo muy joven, se enamorarán, se seguirán viendo, él como señor y ella como criada, pero sin mantener ninguna relación entre ellos. Será como una especie de desafío: para Péter posiblemente sea un juego; para Judit será mucho más que eso: será la razón de su vida. Finalmente, cuando Péter se separa de su primera mujer, deciden casarse, y entonces comenzará el horror.
Porque lo que busca Judit en Péter no es el hombre entregado, ni siquiera el amor: busca su dinero. Pero no como una simple ladrona o como una oportunista: su historia es mucho más compleja. Judit ha sido pobre, muy pobre, y lo único que siempre ha deseado alcanzar ha sido esa posición social que ella admiraba mientras vivía con su familia en un hoyo cavado en la tierra, mientras limpiaba y lavaba la ropa en casa de su señora. Es una venganza, una terrible venganza que toma cuerpo a través de su matrimonio.
Cuando Péter descubre que Judit le roba pequeñas cantidades que va guardando sigilosamente en la cuenta de un banco, se da cuenta de su error: no será solo la diferencia de posición social. Es algo peor: es el odio de clase, algo heredado desde pequeña. Tal vez se dé cuenta de que ha servido de Pigmalión para su segunda esposa, pero tampoco de eso vamos a estar seguros como lectores: su relato es la confesión de su impotencia por comprender el alma humana. Dirá, eso sí, que amó a Judit, y que quizá amó a Marika, pero sus propias palabras parecen traicionarle: no hay redención posible para quien fue un cobarde.
La mujer justa es una novela ejemplar en todos los sentidos. No solo por su amenidad, por la riqueza de su lenguaje o por su profunda psicología, sino que sirve como un modo de expiación de ciertos pecados humanos que no nos queremos confesar. ¿Amamos de verdad? ¿No seremos todos un poco como Péter, o como Marika, o como Judit? ¿Existe la mujer justa, el hombre justo, que se adapta perfectamente a nuestras necesidades? Ni siquiera el amor incondicional de Marika parece tener recompensa, porque el amor es siempre cosa de dos. Descubrir los secretos de un sentimiento tan escurridizo es la tarea de esta novela.
La mujer justa. Sándor Márai. Salamandra.