Cuando Muriel Spark publicó en 1961 La plenitud de la señorita Brodie se había casado y divorciado en muy poco tiempo, había vivido en Rodesia, trabajaba para el contraespionaje británico y se había convertido al catolicismo. Anteriormente había tenido éxito con otra novela, Los que consuelan, y era admirada por Graham Greene. Como el escritor inglés, la escocesa Muriel Spark era una mujer aventurera, incisiva, extraordinaria, inconformista. Y así es La plenitud de la señorita Brodie: una obra incisiva, extraordinaria, inconformista…y con muy mala leche.
Los maestros inolvidables
Para los lectores que aún no la conozcan, diremos que la historia que cuenta La plenitud de la señorita Brodie recuerda mucho a una película muy conocida de los años ochenta, El club de los poetas muertos. Cuando comienza la novela nos encontramos con la maestra de una escuela femenina de Edimburgo, en los años 30 del siglo XX. Jean Brodie selecciona entre sus alumnas aquellas que ella considera “especiales”. Su propósito es inculcarles un tipo de sabiduría que va más allá de los meros conocimientos académicos e imprimirles un sello propio:
Eran las niñas que integraban el grupo de Brodie. Así era como se las conocía, incluso antes de que la directora les diese despectivamente ese nombre, desde que, a la edad de doce años, pasaron de la escuela primaria a la secundaria. En aquella época, eran identificadas como las alumnas de la señorita Brodie porque estaban muy bien instruidas en muchas materias que resultaban irrelevantes para el plan oficial de estudios, al menos según el criterio de la directora, e inútiles para la escuela como tal escuela.
Como recordarán en la mencionada película, el profesor encarnado por Robin Williams recitaba poemas de Walt Whitman -¡Oh, capitán, mi capitán!– en sus clases de literatura, de tal manera que atraía las mentes de sus alumnos más inquietos. Supongo que El club de los poetas muertos fue un éxito porque, de alguna manera, todos hemos soñado alguna vez tener un maestro de estas características. Yo no hube de soñarlo porque lo tuve y puedo asegurar que ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Como lo es para las alumnas especiales que iremos conociendo en La plenitud de la señorita Brodie. Aunque tal vez no tuvieron tanta suerte como pueda parecer.
La mente en plenitud de la señorita Brodie
Sin duda, Muriel Spark sabe utilizar a la perfección los tempos narrativos. Nada más comenzar La plenitud de la señorita Brodie nos encontramos con esta frase, puesta en la mente de la maestra Jean Brodie:
Por fuerza tiene que haber al menos una niña a la que yo le sirva de levadura. Dadme una niña que esté en una edad influenciable y será mía de por vida.
Y es que Jean Brodie está convencida de que se encuentra en sus años de plenitud, como ella los llama. Y es que, a su juicio, los mejores años de la vida de cada cual –que hay que saber reconocerlos- sirven para dar lo mejor de uno mismo y también para ayudar a los demás.
Muriel Spark sabe repartir, muy sabiamente, las escenas a lo largo de la novela para que el lector no sepa a qué carta quedarse con la maestra de La plenitud de la señorita Brodie. Y es que sus creencias acerca de la pedagogía parecen habitar dentro del más estricto sentido común:
Para mí, la educación es sacar lo que ya estaba dentro del alma de una alumna. Para la señorita Mackay [directora de la escuela] es poner dentro del alma algo que el alma no tiene, y a eso yo no lo llamo educación, lo llamo instrucción […] El método de la señorita Mackay consiste en meter mucha información en la cabeza de una alumna; el mío consiste en una extracción de conocimiento.
Una personalidad paradójica
Esta extraordinaria novela está sustentada sobre el conflicto que Muriel Spark expone ante sus lectores. Jean Brodie es una mujer emancipada, una de las primeras mujeres emancipadas, tan propias de los años 20 y 30 del pasado siglo, que distraían su afligida soltería –debida a la guerra- con el interés por el arte, los viajes, la asistencia social, la enseñanza o la religión.
De hecho, La plenitud de la señorita Brodie es una novela histórica en el sentido de que ahonda en la situación social de las mujeres de aquella época, un momento en el que el sexo femenino empezaba a apartar el secular dominio masculino y buscaba una forma propia de ser en el mundo. En ese aspecto, Jean Brodie es un modelo de mujer emancipada, y ya no solo en sus métodos educativos.
Tal vez el problema de Jean Brodie es la falta de experiencia en sus métodos de trabajo. Por su propia personalidad o por desconocimiento de las consecuencias, expone su vida privada, incluso íntima, a sus alumnas, en la creencia de que su vivo ejemplo vivo tendrá unos efectos beneficiosos para el futuro de las niñas.
Y aquí es donde Muriel Spark se muestra implacable: cuando se muestra la intimidad, se muestran los defectos. Curiosamente, esos defectos no los verán las niñas –demasiado poco experimentadas para reconocerlos- pero sí el lector que, poco a poco, y conforme avanza la historia, irá descubriendo una señorita Brodie tendenciosa, egocéntrica, intransigente, además de un alma buena y una mujer sexualmente muy activa, especialmente para ser soltera en aquella difícil época.
La dulce manipulación
Como se indicaba más arriba, La plenitud de la señorita Brodie es una novela en la que, básicamente, se habla de educación, que no de instrucción. También se habla de aquellas niñas especiales, y de su maestra, y de aquella época gloriosa anterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero esta forma tan peculiar de educar de la señorita Brodie lindará la manipulación.
Lo que viene a plantear Muriel Spark a lo largo de la novela es si es posible educar de una forma personal e independiente, o incluso contra las normas establecidas, sin caer en la manipulación. Este es un interesantísimo debate de ideas que se encuentra implícito dentro de La plenitud de la señorita Brodie y que el lector interesado puede disfrutar con verdadera alegría.
Naturalmente, Muriel Spark incluye en esta novela muchos más aspectos, el más importante de ellos, sin duda, la narración fluida, efectiva, divertida y llena de encanto que es esta pequeña historia. Lo que la convierte en obra maestra es, además, la gradual sutileza con que la autora engrandece la trama con aspectos en principio secundarios que van forjando una historia memorable e imperecedera.