Fue André Gide (1869-1951) un escritor contracorriente que revolucionó el pensamiento de su época con la elección para sus novelas de unos temas que podríamos considerar como «escabrosos» y que se adelantaron a su tiempo en varias décadas. Además, lo hizo con una prosa aparentemente sencilla pero muy eficaz, sin grandes innovaciones estilísticas y, afortunadamente, sin dogmatismos. Gide quiso contar lo que quiso contar y lo hizo con una admirable valentía.
Recurrió varias veces al sempiterno tema del amor aunque lo hizo por caminos poco transitados por la ficción. Junto al amor, otro de los motivos fundamentales de su obra es la religión, tanto en sus aspectos más internos como en la influencia que produce en las personas. Del resultado de estos dos temas básicos en su narrativa surgió La puerta estrecha (1909), una novela que no fue comprendida en su época y que lamentamos que tampoco lo sea en la nuestra, porque en lo que en su tiempo era una atrevida incursión en los enrevesados efectos de la religión sobre ciertas mentes cándidas, ahora, esa candidez puede resultar ñoña e incomprensible para nuestra mentalidad actual.
Pero aunque parezca una perogrullada recordarlo, Gide era contemporáneo de su tiempo. Ahora las mujeres, salvo excepciones que afectan por igual a ambos sexos, no tienen arrebatos místicos ni confunden el amor humano con el amor a Dios. Podemos adelantar que en esta novela sí que ocurre, pero no creo que esa fuera la intención última de Gide al escribir esta obra. Lo que parece una consecuencia lógica de una época en la que las mujeres, especialmente, estaban sujetas a los dictados más restrictivos de la religión, no es más que un pretexto del autor para abordar otro tema mucho más actual, o dicho de otra manera, imperecedero: el amor que no se consuma por exceso, el amor que termina deteriorándose por la búsqueda continua de la perfección en ese amor.
En este caso, Gide hace coincidir esa búsqueda del ideal en el amor humano con el amor que se siente por Dios, que por definición es ideal. Y, ciertamente, sobre esa base consigue redondear una novela intensa, extraña, imprevisible y compleja.
Para conseguir causar una cierta sensación de extrañeza en el lector, Gide se sirve de una historia exclusivamente familiar, endogámica, donde el protagonista, Jérôme, un jovencito parisino recién huérfano de padre, pasa largas temporadas en casa de sus tíos, en compañía de tres primos de aproximadamente su edad. La atmósfera que rodea a la familia, tanto a la anfitriona como a la madre y una amiga de Jérôme, se enrarece por las particulares relaciones que se establecen entre ellos, especialmente por la exótica y excéntrica personalidad de su tía, que tendrá una acusada influencia en la conducta de sus hijos.
En una de esas estancias en la casa familiar, Jérôme se enamora de su prima Alissa por su belleza. Muy pronto, pocas páginas después, Gide ya revela la clave de lo que será esta relación amorosa: Jérôme se acerca a la habitación de su prima, se inclina para besarla y se encuentra un rostro cubierto de lágrimas. Aunque Jérôme no comprende la angustia de su prima, ya siente intensamente que aquella angustia es demasiado fuerte para esa alma palpitante, para ese frágil cuerpo sacudido por los sollozos.
A partir de ese momento, Jérôme, que es también el narrador, va describiendo como buenamente puede y en un estilo muy sencillo, los acontecimientos y las situaciones que lo relacionan con su prima y, sobre todo, la conducta de ésta, que pasa sin transición del más ferviente enamoramiento al inexplicable misticismo. Es en este aspecto donde la novela toma un creciente interés y se torna diferente a cualquier otra obra que trata del amor entre dos personas.
Dada la cambiante conducta de Alissa, que no puede ser completamente explicada ya que tratamos con un narrador en primera persona, Gide va colocando hitos a lo largo del texto para ayudarnos a comprender la historia. Como no podía ser de otra manera en un autor como Gide, acude al sermón de un pastor que recita el siguiente versículo: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la perdición….». Es decir, no hay alegría posible, puesto que quien elige el camino más sencillo y más lógico, estará condenado, pero quien elige el camino angosto, la puerta estrecha, encontrará la Vida, pero evidentemente con el sufrimiento y la dificultad de haber tenido que atravesar lo que por definición es ingrato.
Esta concepción de la vida arraigará en la mente de Alissa, que no se entrega ni mucho menos a la religión, al menos en el sentido estricto de la expresión, sino que toma como suya una idea cicatera de lo que pueden ser los placeres de la vida pero sin renunciar completamente a ellos, lo que termina desvirtuando su relación amorosa con Jérôme, que ella misma fomenta hasta el momento en que le pueden los remordimientos.
No es fácil encarar literariamente una relación con estas peculiaridades. Repito que podrá resultar un tanto desfasada para el lector actual, pero ello no obsta para que no admiremos las poderosas facultades de Gide para ir graduando con interés cada vez mayor las perniciosas consecuencias de un amor mal entendido, tanto en la causante como en el atribulado muchacho, que intenta explicarse la retorcida conducta de su amada.
Dada la confusa situación en que se llegan a encontrar los dos amantes, el autor francés recurre sabiamente a una serie de cartas escritas por Alissa a Jérôme explicando sus sentimientos, para que sea el propio lector quien saque sus propias conclusiones. Estas cartas serán el núcleo duro de la historia, donde Gidé despliega su cautivador encanto para plantear situaciones complejas con aparente sencillez.
No recuerdo en la narrativa del siglo XX una novela que trate de manera tan clara la influencia del pernicioso y repetido valle de lágrimas cristiano sobre la forma de entender el amor entre dos personas. Lo que se pretende con esta novela es exponer qué ocurre cuando se pone límites al amor, un sentimiento de por sí ilimitado; qué sucede cuando el camino que escogemos en la vida es el más penoso para demostrarnos a nosotros mismos o a los demás que en el sacrificio hay una autenticidad que parece no existir en los placeres. Gide planteó en esta novela las mil justificaciones que puede inventarse el ser humano para ser infeliz por propia voluntad.
La puerta estrecha. André Gide. Debolsillo.