Algo así creo yo que sucede con La subasta del lote 49. Quien lea esta novela pensando en seguirle un hilo, un mensaje oculto, o cualquier explicación mística, creo que irá de cabeza. Esta novela, al igual que otras obras de la Literatura Universal de autores como Joyce, Ionesco o Beckett, dudo que fueran escritas para «ser entendidas»; a lo sumo, creo que los autores querían que se hablara de ellas y que cada uno extrajese las conclusiones que considerara oportunas, los mensajes ocultos, etc. En sí misma, La subasta del lote 49 es como un divertimento, una broma literaria que su autor nos propone, con indudable talento narrativo, eso sí, sin más objetivo, en mi opinión, que el de confundir, entretener, provocar y divertir al lector, todo ello al mismo tiempo. Lo cual no es una nadería, por otra parte
No obstante, es fácil encontrar críticas de Thomas Pynchon que aseguran que para leerlo es necesario haber hecho un máster. Creo que convertir el placer de la lectura en un acto tan sesudo es desvirtuarla un poco. Leer a Pynchon puede resultar un placer para quienes nos gusta la buena literatura. Creo que debemos conformarnos con ello. La complejidad de su escritura es fruto de su originalidad, porque posiblemente Pynchon fuera el que iniciara en la novelística norteamericana eso que conocemos como posmodernismo. Lo que sí parece claro es que Pynchon se divierte escribiendo y yo me lo imagino carcajeándose mientras escribía algunos episodios ciertamente delirantes y surrealistas de esta singular novela. Confundir al lector es su juego preferido. ¿Qué estamos leyendo? ¿Una experiencia real una alucinación? ¿Lo que la protagonista, Edipa Maas, nos cuenta es producto de su fantasía, tal vez de las drogas, o verdaderamente está en su sano juicio? Sabemos que está yendo a la consulta de un psiquiatra (cuyo estado mental, dicho sea de paso, tampoco es un prodigio de armonía). En la consulta, hay una escena que tal vez aclare un poco la historia a la que el lector se está enfrentando:
-Vine -dijo Edipa- con la esperanza de que me desapareciese una fantasía hablando con usted.
-¡No lo haga y trátela con amor! -exclamó Hilarius vehementemente- ¿Qué otra cosa le queda? Sujétela bien por su minúsculo tentáculo, no permita que los freudianos se la arrebaten con zalamerías ni que los farmacéuticos se la eliminen con pócimas. Sea cual fuere, cuídela con cariño, porque si la perdiese por ese pequeño detalle sería usted como los demás. Y empezaría a dejar de existir.
Juzguen ustedes mismos. El argumento es más o menos el siguiente:
La protagonista, Edipa Maas, recibe una carta de un bufete de abogados que dice que su ex novio, Pierce Inverarity, ha muerto y la ha nombrado la albacea de su testamento. Edipa viaja a San Narciso, el pueblo de Pierce, donde se encuentra con el abogado Metzger, que supuestamente está para ayudarla y con quien, de paso, Edipa mantiene una relación amorosa.
Edipa comienza a darse cuenta (o a imaginarse) de una compleja trama relacionada con el mundo de la numismática, organizaciones ultraderechistas y una supuesta organización de correos que responde al acrónimo R.E.S.T.O.S. (W.A.S.T.E., en el original en inglés) cuyo símbolo, un cuerno de correos con una sordina, aparecerá recurrentemente durante toda la novela.
Edipa y el abogado Metzger emprenden un viaje a los lugares en los que el difunto Pierce tenía posesiones. Allí se encuentran con personajes surrealistas, estrambóticos, a cada cual más delirante. Un tipo que coleccionaba huesos para utilizarlos de filtro en los cigarrillos; o una especie de hippie que pertenece a una organización llamada “Los Paranoicos” (lo cual ya es otro detalle significativo), y que supuestamente andan persiguiendo a Edipa, o eso sospecha ella, en un arrebato a su vez paranoide. Edipa asiste a una obra teatral en la que cree desvelar ciertas claves de la misteriosa organización postal que la trae de cabeza. Descubre lo que ella interpreta como pistas, aunque no se sabe bien qué misterio quiere desvelar, por qué, ni qué utilidad tiene conocer esa verdad. En el transcurso de la novela no dejan de salir más y más personajes increíbles y estrafalarios. Como aquel psiquiatra que atiende a Edipa y que al final se atrinchera en su consulta y la emprende a tiros con los pacientes porque piensa que los israelíes planean detenerlo y asesinarlo. O el marido de Edipa, Mucho Maas, que le confiesa a su mujer su adicción al LSD y trata de convencerla para que ella misma también se vuelva adicta.
El final del libro, en el que supuestamente se debería haber resuelto el supuesto misterio de la organización R.E.S.T.O.S. queda deliberadamente abierto, de modo que no sabemos si todo ha sido un producto de la imaginación de Edipa.
Harold Bloom, quien en sus críticas no escatima en elogios hacia Pynchon, menciona, sobre el final de esta obra: “Aunque tal vez parezca una alegoría de final abierto – en el sentido de que la alegoría siempre quiere decir una cosa distinta de lo que se ha dicho -, La subasta del lote 49 no puede ser nunca una alegoría porque Pynchon no tiene una doctrina definitiva que proponer, sea religiosa, filosófica o psicológica”.
Es decir, siguiendo la conclusión del incontestable Bloom, para leer esta novela hay que hacer justo lo que ya dije al principio de esta reseña: dejarse llevar, no buscar nada en especial, no esperar absolutamente nada.
La subasta del lote 49. Thomas Pynchon. Editorial Tusquets