Hay novelas que parecen tejidas con la misma materia de la oralidad, como si su historia no hubiera sido escrita sino contada en voz alta, repetida en una sobremesa interminable donde las voces se solapan, las anécdotas se cruzan y los recuerdos se confunden con las invenciones. Las batallas perdidas, de Eudora Welty, es una de esas novelas. Es un torbellino narrativo que envuelve al lector en la calidez, la locura y el absurdo de una comunidad sureña atrapada en su propio entramado de historias, rencillas y afectos.
En el centro de este caos narrativo está la familia Vaughn, reunida en Mississippi para celebrar el cumpleaños número noventa de la abuela Beck. Pero lo que comienza como una reunión familiar se transforma en una cascada de episodios que incluyen juicios improvisados, secretos enterrados, fugas de prisión y revelaciones inesperadas. Entre los asistentes está Jack Renfro, nieto de la anciana, que ha escapado de la cárcel y regresa justo a tiempo para la celebración. Su llegada es el detonante que enciende la trama, aunque en realidad Las batallas perdidas no tiene una única línea argumental: es una novela en la que todo ocurre al mismo tiempo, en la que la historia avanza de manera caótica, guiada por la espontaneidad de los personajes y la fuerza de su lenguaje.
La estructura de la novela es un prodigio de ritmo y acumulación. Welty no impone una jerarquía clara a los acontecimientos; en su lugar, permite que la narración fluya como una conversación descontrolada, donde cada personaje tiene algo que decir, donde cada historia engendra otra historia. Los diálogos son torrenciales, plagados de interrupciones y desvíos que no hacen sino enriquecer el tapiz de voces que compone la novela. Lo importante no es tanto lo que sucede, sino el modo en que los personajes cuentan lo que sucede, la forma en que los recuerdos, las exageraciones y las mentiras van tejiendo una mitología familiar y comunitaria.
El humor es uno de los grandes pilares de la novela. Pero no es un humor ligero ni complaciente, sino uno que brota del desconcierto, de la absurda insistencia con la que los personajes defienden sus propias versiones de la verdad. En el mundo de Las batallas perdidas, los hechos son maleables, cada historia es disputada y cada recuerdo es un campo de batalla. Lo que parece un detalle sin importancia puede transformarse en el centro de un debate encarnizado, y lo que en un principio es una simple anécdota familiar puede terminar adquiriendo dimensiones épicas.
Welty captura como pocos escritores la esencia del sur de Estados Unidos, con su mezcla de lirismo y brutalidad, con sus personajes tan excéntricos como entrañables. Su prosa es rica en matices y en imágenes poderosas, capaz de alternar lo grotesco con lo poético sin perder el equilibrio. En su universo narrativo, la familia es tanto un refugio como una carga, un vínculo irrompible que puede convertirse en una trampa. Las batallas perdidas es, en el fondo, una celebración de ese desorden afectivo, de esa maraña de relaciones humanas donde el amor, la rivalidad y la locura van de la mano.
Pero bajo su aparente ligereza, la novela también encierra una mirada melancólica sobre el paso del tiempo y la resistencia de las tradiciones sureñas ante un mundo que cambia sin cesar. Los personajes de Welty, con su insistencia en contar y recontar sus historias, parecen estar luchando contra el olvido, tratando de afirmar su existencia en un universo que amenaza con dejarlos atrás. En esa lucha por preservar la memoria, por convertir la vida en relato, radica la verdadera batalla de la novela.
Leer Las batallas perdidas es sumergirse en un torrente de voces, en un festín verbal que exige paciencia y entrega. No es una novela de acción ni de grandes giros argumentales, sino de detalles, de pequeños momentos de lucidez y locura que se acumulan hasta formar un cuadro desbordante de vitalidad. Es, sobre todo, una celebración del lenguaje como espacio de encuentro, un recordatorio de que las mejores historias no son las que se cuentan de manera ordenada, sino las que estallan en todas direcciones, como la vida misma.
Las batallas perdidas. Eudora Welty. Impedimenta