Los despojos de Poynton. Henry James

PoyntonHay novelas que al gozo de la lectura se une la felicidad de descubrir una estructura narrativa que nos hace sospechar, casi instintivamente, que sin ella otro escritor no habría podido ni siquiera atraer nuestra atención. Los despojos de Poynton (The Spoils of Poynton, 1896) es una obra que nos reconcilia con la buena literatura. Tras su aparente simplicidad se oculta el virtuosismo de un maestro de la narración y esto se traslada al entusiasmo que crece en el lector conforme se adentra en la historia. En definitiva, Los despojos de Poynton es de esas novelas que no terminamos de entender por qué es tan buena, por qué nos ha dejado un recuerdo tan imborrable a pesar de los años que puedan transcurrir desde que la leímos por última vez.

La trama es de tal diafanidad que dejaremos que sea el propio Henry James quien nos la cuente a través de la primera anotación que tomó para el libro el 24 de diciembre de 1893:

Es un asunto pequeño y desagradable, pero en mi opinión contiene claramente el tema de un relato breve —una pequeña pintura social y psicológica. Parece ser que la circunstancia está a punto de salir a la luz en un proceso judicial. A la muerte de su padre, en Escocia, un joven terrateniente heredó una gran casa llena de objetos valiosos —cuadros, porcelana antigua, etc. La madre siempre había vivido, y seguía viviendo, en la rica casona, lo cual era para ella motivo de orgullo y de placer. Tras la muerte de su esposo, al principio el hijo le permitió seguir viviendo allí sin incomodarla, por más que en otra parte del país hubiese una casita de viudedad (construcción inferior y más reducida) incluida dentro de las propiedades. Pero el hijo se casó —joven y precipitado— y con su esposa fue a tomar posesión de la casa —posesión exclusiva, desde luego— según la costumbre inglesa. Al llegar descubrió que faltaban cuadros y otros tesoros —la madre los había retirado. Interrogó, protestó, montó un escándalo; en respuesta a lo cual la madre mandó pedir todavía algunas cosas más, que habían conformado rasgos de la casa tan valiosos como interesantes durante los años que pasara en ella. El hijo y su mujer se niegan, se resisten; la madre lleva a cabo una denuncia y (a través de un litigio o algo así) estalla un odioso pleito público acompañado de escándalo. […]

Todo es bastante sórdido y espantosamente feo, pero sin duda encierra una historia. Es un caso magnífico de esa situación en la cual, en Inglaterra siempre me ha parecido entrever una historia —la situación de la madre desposeída en virtud de una ingrata costumbre inglesa, expulsada de la casona y relegada tras el casamiento del hijo. En este caso (el caso que yo construiría a partir del apunte anterior), se podría imaginar la rebelión de cierta especie particular de mujer orgullosa —una mujer que ha amado su casa, la casa suya y de su marido (poseedora de conocimientos, adoradora de la belleza artística, con los gustos, los hábitos de un coleccionista). Existirían circunstancias, detalles, intensificaciones que ahondarían y oscurecerían el conjunto. Estarían el tipo y el perfil peculiares de la esposa elegida por el hijo —una mujer salida de una casa filistea desabrida, odiosa, la clase de lugar cuyos mismos muros y muebles son fuente de una suerte de angustia para una señora como imagino que es la madre. […] El hijo no se siente atraído por esta chica en absoluto —perversa, estúpidamente, se vuelve hacia una muchacha infatuada de horripilancia. Es en la casa familiar de esta muchacha, antes del casamiento, donde se inicia la historia. La madre conoce a la otra, la que le gusta, aquella en la que descubre una afinidad de inclinaciones —de pasión, de sensibilidad y sufrimiento.

Creo que no hace falta añadir más sobre el argumento.

¿Qué es lo que hace que este “asunto pequeño y desagradable” se convierta en una obra maestra? En primer lugar, su sobria contención. Esta novela, algo raro en James, se ciñe a la idea primera del autor de un modo prodigioso. Hay determinados temas que se desarrollan hasta donde puede hacerse sin resultar pesado: la renuncia, el amor filial, la vulgaridad, la exquisitez, la gratitud, la soberbia, la indecisión. Cada uno está calibrado en su justa medida.

En segundo lugar, la alta calidad dramática. La novela se mueve dentro de una fuerte coherencia interna, encadenando episodios que se suceden unos a otros como si de una obra de teatro se tratara –a pesar del paso del tiempo- de manera que se sostiene a través de un ritmo adecuado a las pesarosas circunstancias que se cuenta. A ello hay que añadir el tono lúgubre, casi de tragedia, con que está contada la historia, como si los objetos que crean las discrepancias fueran, no solo un personaje, sino los protagonistas inanimados de la obra que cobran vida a través de las pasiones humanas.

Hay un tercer aspecto que considero fundamental para entender Los despojos de Poynton: ya que la obra está basada en un fuerte conflicto, James adereza este tema principal con varios conflictos complementarios que, por acumulación, crean una intensa presión en la trama. Al principio nos descentraliza la atención iniciando la historia fuera del foco de atención, que sería la casa de Poynton. La anciana viuda Mrs. Gereth está de visita en la mansión donde vive la prometida de su hijo, Mona, y la expone a la presencia de lo feo del lugar.

Pronto comprendemos que hay en Mrs. Gereth una pasión por lo exquisito y una devoción profunda por la belleza. Aún no sabemos por qué, y para introducir esta información se vale de la que será una segunda fuente de conflictos, una joven llamada Fleda Vetch, que está de visita en la casa de Mona y cuyos orígenes humildes no pueden desmentir su extraordinario buen gusto. Fleda será el contraste permanente respecto de Mona, la delicadeza frente a la vulgaridad, la atracción por lo antiguo frente a la banalidad de lo nuevo.

En un primer momento Mrs. Gereth no va a utilizar a Fleda como pivote sobre el que recaerá el nudo argumental, sino que servirá como presentación de la personalidad de la viuda: un espíritu lúcido, imponente y posesivo. Va a atraer hacia sus filas a la inocente Fleda como rehén de su pasión fundamental, que es mantener Poynton en sus manos, cueste lo que cueste.

Poco a poco se van a abrir otros conflictos, por ejemplo, el poco espíritu de su hijo Owen Gereth y la paradójica circunstancia de que un muchacho que ha vivido rodeado de belleza se encuentre en un lugar tan espantoso: “Él se había alojado en bastantes residencias deplorables, pero se había salvado de aquella pesadilla especial. Habría sido imposible prever que aconteciese algo tan perverso como el que al heredero de lo más hermoso que había en toda Inglaterra le diera por ponerlo en manos de una joven tan consumadamente degenerada” y termina subrayando: “Desde niño, a Owen nunca le había importado su casa ni se había enorgullecido o disfrutado de ella en lo más mínimo”.

El contraste, naturalmente, lo carga James sobre la casa de Poynton, a la que no ahorra elogios, y que el lector imagina como una obra de arte en sí misma, edificio y objetos, perfecta disposición en el espacio, buen gusto, trabajo y sacrificio por la adquisición de las antigüedades. Queda claro que no se puede mover un solo objeto de Poynton sin estropear el conjunto, o al menos eso es lo que nos hace creer Mrs. Gereth. Como se verá, a la viuda la caracteriza por su gusto, por su pasado y por su, en apariencia, legítimo empeño por conservar los recuerdos que fue atesorando a lo largo de su vida junto a su marido.

Además tenemos el contraste con la indiferencia de su hijo y la zafiedad de su prometida. Este contraste se tiñe de oscuro cuando el joven Owen comete el error de invitar a Mona y a su futura suegra a pasar un día en Poynton, porque el conflicto de intereses se traslada, de repente, de la belleza de los objetos a la mera avaricia por los objetos. Mona, en las veinticuatro horas que pasa en la hermosísima casa, toma posesión visual de ella como futura dueña y pone como condición a su novio, para casarse con él, mudarse a Poynton para vivir aunque no la aprecie en lo más mínimo.

La siguiente jugada corre por cuenta de Mrs. Gereth: para casarse con su hijo piensa que primero él debe estar enamorado de Mona, y conociendo los encantos de su protegida Fleda, lo lanza sobre ella –y a ella sobre él- para que sea su salvación, puesto que un hipotético matrimonio entre ambos supondría no perder Poynton, y menos en manos tan chabacanas como las que representan Mona y su familia.

Así, los objetos pasan de ser materia de contemplación a ser materia de ambición, mientras que las personas son utilizadas como objetos animados por tal de mantener una pasión: poseer los objetos inanimados. De esta forma, Poynton se convierte, como decíamos, en el aparente protagonista de la historia, en medio de tantos conflictos humanos por resolver. Para deshacer este estrecho nudo argumental, James escoge a la otra protagonista de la historia, Fleda Vetch, cuya cálida personalidad –al menos nos es presentada así en un primer momento- parece el punto más débil de la tensa cuerda en que se ha convertido la trama.

Naturalmente, James mantiene la coherencia del relato haciendo recaer sobre la muchacha –que nada tiene que ver con los conflictos familiares- la posible resolución de la historia, lo que a su vez muestra la parte más ambigua de Fleda, sus miedos, sus dudas, su deuda de gratitud y su propia libertad. La disputa se convierte en algo demencial, tan incongruente que nada de lo que se haga puede revertir ya en felicidad para alguna de las partes, sino en angustia, amargura y terror. Al final la trivialidad de la base del conflicto produce un efecto turbador: lo que importa no es la causa de la disputa, sino su resultado.

No queremos finalizar este pequeño estudio sobre Los despojos de Poynton sin dejar constancia de la ambición narrativa de James, de aquello que lo movía para convertir simples anécdotas en obras maestras y que, una vez más, recogió en su Cuadernos de notas:

Dado que la vida es toda inclusión y discriminación, en tanto el arte es todo discriminación y selección, el artista, en busca del duro valor latente que le concierne de modo excluyente, olfatea la masa con el preciso instinto de un perro que sospecha dónde hay un hueso enterrado. La diferencia aquí, sin embargo, estriba en que, mientras el perro desea su hueso sólo para destruirlo, el artista en su minúsculo trozo limpio de desagradables adherencias y tallado en sagrada aspereza, encuentra la materia misma para una clara afirmación, la más afortunada oportunidad para crear lo indestructible.

Los despojos de Poynton. Henry James. Seix Barral.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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