Luciérnagas. Ana María Matute

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Érase una vez una niña que había nacido en una familia, digamos, bien de Barcelona. Sus padres la querían mucho, a la niña no le faltaba de nada, pero estaban ambos muy ocupados: vida social, trabajo, asuntos importantes de mayores… Así que la niña, desde muy pequeña, pasaba el día cuidada por manos mercenarias. Y las criadas, la cocinera, la tata, le contaban historias. Historias vascas, historias castellanas, que le gustaban muchísimo, de ogros y brujas, de duendes y ojancos. Pronto se quedaron sin historias que contar, porque aquella niña no paraba de querer oír más y más, era como un pozo sin fondo a donde iban a parar los cuentos. Así que su padre empezó a leerle historias de libros, historias de niños que no quieren crecer, historias de fantasía, de aventura. Pero, ¿qué es la fantasía para una niña, sino parte de la realidad? Ninguna niña de su edad se extrañaría de encontrarse un duende debajo de la mesa de la cocina, las historias de los libros eran igual de reales que aquella mesa. Así que la niña empezó a crear un mundo que le gustaba más que el que sus padres le podían proporcionar.La niña miraba esas hormiguitas negras que había en los libros. Allí estaban las historias escritas. Eso lo tengo que hacer yo, se dijo. Así que antes de saber su significado, empezó a escribir, imitando esos garabatos tan pequeñitos. Llenaba hojas y hojas, tantas como las de los libros que le leían, de pequeños regueritos de grafito. Fueron sus primeras historias, estaban allí contenidas, en un lenguaje que sólo ella sabía interpretar. Así que con tres años ya sabía leer historias, y empezó a escribirlas a los cinco en el idioma de los adultos. Pero aquel lenguaje de las hormiguitas negras siempre estuvo presente en sus historias.Su vida no era feliz. El colegio era muy estricto, eso era hace muchísimo tiempo, cuando se pegaba a los niños si se portaban mal, y incluso si se portaban bien también. En la escuela, las Damas Negras se reían de su tartamudez, y la castigaban; incluso sus hermanos se reían de su defecto. Sus padres sólo tenían tiempo de pedirle que se lavara las manos, que se cepillara los dientes, que se portara bien… y cuando se portaba mal, la encerraban en el cuarto oscuro. Pero a la niña no le asustaba el cuarto oscuro. Allí le acompañaban las hormiguitas negras, sus historias, y no se reían de ella. Allí la niña sí era feliz, porque acurrucada en un rincón hacía lo que le daba la gana: iba de viaje a África, vencía una batalla campal, era rescatada por un príncipe, pero un príncipe feo, ¿eh? ¿Es que no hay príncipes feos? Tiene que haberlos, las hormiguitas negras lo dicen. Se lo pasaba tan bien en el cuarto oscuro que a veces, para librarse de sus hermanos, hacía alguna fechoría… ¡para ser castigada! Así que era una niña mala, se lo dijo el duende del terrón de azúcar, que cuando lo partió, salió corriendo con un destello azul, diciéndole: mala, mala, ¡eres mala! Y las niñas malas escriben, porque desde luego no es lo que se espera que hagan las niñas buenas.Así que escribió, escribió como Peter Pan, huyendo de la crueldad de ser adulto, cambió el final de la Bella Durmiente, esquivó la estupidez de Caperucita Roja (¡porque hay que ser tonta para confundir al lobo con tu abuela!) y pasó, como Alicia, ante todas esas cosas absurdas de los adultos, sin sentido, sin motivo… era la niña más rara del colegio. Hasta que llegó a la adolescencia. Ese periodo tristísimo, donde tiene que reconocer que aquellas hormiguitas no significaban nada, donde se ha de portar ya como una mujer. Y viene una guerra. No comprende lo que pasa dentro de su cuerpo, pero tampoco lo que pasa fuera. La niña, ya casi una mujer, está aturdida por tanto acontecimiento… pero la niña superó ese trance, como muchos otros, se hizo mayor, una mayor rara, que escribía Se hizo viejita, una anciana, y nunca abandonó a las hormiguitas negras, ni a su infancia.

Esa niña es Ana María Matute. Luciérnagas es una de sus primeras novelas, obra que para poder ser publicada sufrió drásticos recortes por la censura. Matute nos dice que fue como una violación.. La novela fue finalista del premio Nadal en 1949, tambiénpremio de la crítica, pero no se publicó la versión autorizada hasta 1955 bajo el título Ésta es mi tierra, terriblemente mutilada. La versión original de Luciérnagas se publica en 1993, revisada por la autora.

Los protagonistas de la historia son adolescentes, niños arrojados a la vida adulta por el estallido de la guerra civil, una niña, no banalmente llamada Soledad, de familia acomodada cuyo padre es perseguido por el gobierno republicano; su hermano Eduardo y una serie de niños, ladronzuelos y buscavidas, con su vida desbaratada por la guerra, que hacen lo posible para sobrevivir en una Barcelona acosada y bombardeada. Son años difíciles para la familia de Sol, pero ella encuentra que la soledad se puede compartir, que aunque la guerra destruya nuestro mundo, es posible resistir si se cuenta con el apoyo de otras personas, solas como ella. De alguna manera, es un canto a la amistad, al amor, a la fraternidad, ideales de la adolescencia, en contraposición a la familia, que ejemplifica la infancia.

Matute considera la adolescencia un proceso trágico y triste, probablemente porque es el abandono definitivo de la infancia para muchas personas, y aquellas hormiguitas negras de su infancia son para la autora la razón de existir. Por eso la obra es terriblemente triste, y no puede acabar sino en una desgracia. Nos encontramos a la Matute hiperrealista, tremendista o simplemente real (estamos hablando de unos niños durante la guerra civil española), propia de sus primeras novelas, como Los soldados lloran de noche. Y con una amargura y tristeza que abarca el libro de principio a fin. El mundo, según Matute, no tiene solución, y no se siente orgullosa de pertenecer a la especie humana. Entre las miserias de los adultos, estos niños, que no las entienden, son breves luciérnagas que brillan quedamente en la noche, son la única esperanza que queda, porque se tienen a sí mismos. Están unidos por el sutil hilo plateado de la adolescencia, por la incomprensión compartida, por el mismo apesadumbrado sentir, embutidos en los trajes adultos del mundo cruel y asesino que sus padres les han creado.

Ana María Matute dice que ella se quedó en los doce años. Son los años que tiene Sol en este libro, los años que tenía cuando pasó la guerra civil por su vida. Es necesario leer esta novela, pues parece la clave para encontrar la explicación a otros muchos libros suyos, no sólo los realistas, sino también los fantásticos o infantiles. Descarnada por su fiereza, sutil y tierna por el cuidado tratamiento de los pensamientos de los protagonistas, es una novela desconsolada y pesimista, pero bella y real, nunca angustiada.

Luciérnagas. Ana María Matute. Destino. 

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