La gran guerra. Mario Monicelli. 1959.

Mario Monicelli y el equilibrio entre tonos claroscuros
Por alguna razón que ignoro, los italianos tienen una especial predilección por mezclar en sus historias lo bufo y lo amargo de tal manera que, en una película o en una novela, no hay forma dMario Monicelli 06.grandeguerra_postere saber si se trata de una comedia o un drama, o una comedia dramática o un drama cómico. En cualquier caso, cuando consiguen superar el peligro de la sensiblería y el sentimentalismo, ofrecen obras de un alto valor emocional como La gran guerra (La grande guerra, 1959), un ejemplo de cómo puede mostrarse el horror del campo de batalla a través de una exposición cinematográfica aparentemente sencilla pero repleta de guiños burlescos y, sobre todo, humanos, muy humanos.

Es muy difícil mantener el equilibrio en los tonos claroscuros. El director italiano Mario Monicelli se atrevió a contar de forma sarcástica aquel ridículo frente italiano de la Primera Guerra Mundial, sin atentar por ello la dignidad de todos los que cayeron en la lucha. Para ello, utilizó como vehículo a dos personajes antológicos de consistente inspiración tradicional: el pícaro y el cobarde. Vamos a entrar en el universo bélico de manos de un gandul vivales perseguido por la justicia, el soldado Giovanni Busacca (Vittorio Gassman) y un auténtico pusilánime de una cobardía supina, el soldado Oreste Jacovacci (Alberto Sordi), desde su primer primer encuentro en la oficina de alistamiento hasta la última escena en la defensa de unas miserables casuchas de dudoso valor estratégico (Secuencia: -Nos podía haber caído encima. -Para eso disparan)

Ante todo hay que afirmar que la formidable interpretación de estos dos grandes actores es la clave que sustenta la excelencia de este film. Son ellos los que aparecen en todas las escenas de la película, el imán que atrae la atención del espectador, el pivote sobre el que gira la historia, los artífices de que las secuencias sean mucho más que los diálogos escritos en un guion (Secuencia: voluntarios para evitar el frente).

También hay que destacar la continuidad y el ritmo que el director sabe imprimir a la película a través del montaje, la diáfana fotografía de Giuseppe Rotunno (sólo apreciable en buenas copias) y, particularmente, la sublime partitura de Nino Rota que subraya o resalta las imágenes según se esté desarrollando la parte cómica o dramática del film.

Creo que Monicelli quiso mostrar, con un acertado toque neorrealista, la vida de dos pobres hombres en el ejército, no dos soldados, puesto que se ven obligados a alistarse, sino dos desgraciados con lo que no se puede hacer la guerra porque no están preparados para ello. (Secuencia: solos frente a un alemán). Los personajes secundarios refuerzan esta impresión: aparece todo tipo de gente con una desdichada historia detrás, hasta el que hace la guerra porque tiene que alimentar a sus cuatro hijos y se ofrece para las misiones más peligrosas, que son las mejor pagadas. No vamos a decir que ofrece una imagen reivindicativa del pueblo porque dudo que fueran las intenciones del director, pero sí que es cierto que hombres normales y corrientes hechos para cualquier oficio menos el de guerrear fueron masiva carne de cañón para sustentar las ambiciosas y trasnochadas pretensiones de unos estúpidos políticos. En este sentido, el motivo por el que Italia entró en la guerra y el deplorable desarrollo del frente italiano fue ejemplar hasta alcanzar la ridiculez.

Monicelli lo único que tuvo que hacer fue darle una pequeña vuelta de tuerca y pasar del absurdo al esperpento. La película está llena de escenas ingeniosas que transforman lo que está viendo el espectador en una repentina bufonada que no arranca las carcajadas porque el fondo es tan triste que sólo permite una leve sonrisa (Secuencia: la gallina).

Por ejemplo, una de mis secuencias favoritas es aquella en la que los soldados atrincherados, muertos de hambre, encuentran un bosque de castaños en las cercanías y recogen unas cuantas castañas para poder malcomer. Lo único que le pide un italiano a la comida es que esté sabrosa, así que nuestro inolvidable personaje interpretado por Alberto Sordi toma una sartén, la pone de frente sobre la trinchera y alienta a los austríacos para que disparen con la ametralladora: poco después estarán comiendo unas ricas castañas asadas hechas en una sartén debidamente agujereada (Ver tráiler al final de la reseña).

Otra parte inolvidable de la película es la que protagoniza la única prostituta que hay en el pueblo donde se encuentra destacado el batallón. Una espléndida Silvana Mangano será esa mísera prostituta que pide ingenuamente al oficial que los soldados sean más cuidadosos con ella y que, a través de un pícaro enredo, termina sola con Vittorio Gassman dentro de su cuarto de trabajo, fingiendo él ser un distinguido personaje de abolengo que cree estar delante de una respetable mujer con clase. La secuencia no tiene desperdicio porque el espectador sabe que los dos están fingiendo, y ellos entre sí también lo saben, pero nada en sus palabras ni en sus actos indica la pobre y patética situación que viven estos dos polichinelas faltos de cariño y solos, muy solos. (Secuencia: El regreso. Se descubre el engaño)

A la película no le falta ninguno de los elementos característicos de cualquier reconocida producción bélica, con el ingrediente del humor en el momento preciso para, justamente, recalcar la lamentable condición de los soldados (Secuencia: la protesta ante el general por el rancho). Un buen ejemplo es el episodio en que un pueblo entero recibe entre vítores y banda de música a lo que queda de una compañía que ha sido severamente diezmada por un ataque enemigo. Los pocos supervivientes entran como pueden en ese pueblo en fiestas y tienen que aguantar una insufrible recepción del alcalde, incluso con señorita recitando penosos poemas (Secuencia: la recepción). De repente, en medio de esa tristeza disfrazada de alegría, salta el ingenio del guion: el soldado Jacovacci, aprovechando la conmovedora escena y con su más convincente expresión, hace entre los presentes una colecta para los familiares de los héroes caídos. Por supuesto, el dinero de la colecta se lo quedan los dos sinvergüenzas, pero la gracia no queda ahí, sino en los miserables resultados: apenas recaudan nada de tan admirables patriotas. Y al final, ni siquiera se quedan con las monedas…

A pesar de que el humor está presente a cada momento, la película rezuma pura melancolía. Es muy posible que Monicelli no pretendiera hacer reír, sino ofrecer una mirada misericordiosa sobre algo que ocurrió en la realidad y que en 1959 ya se encontraba en el olvido (Secuencia: Así fue realmente la guerra). La memoria de aquellos sucesos trágicos que no tuvieron ninguna importancia para el futuro de Italia pero sí para una generación de italianos es rescatada como sólo un espíritu mediterráneo lo pude hacer: con la mirada compasiva de quienes ya han pasado por ahí desde hace siglos y siglos y siguen cayendo en los mismos errores, en las mismas estupideces. Para reírse de algo trágico hay que tener muy buena memoria y una forma de ser serena y conmiserativa.

Cuando Monicelli estrenó esta película, que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia, aún quedaban muchos supervivientes de aquella matanza oficial. Quiero creer que fue un homenaje a ellos, un homenaje de bellísima factura, impecable, impresionante de verdad, realizado con una exquisita delicadeza. En el propio título ya hay un guiño especial: La gran guerra, tal como se llamó durante muchos años, pero sin mayúsculas, poniendo el acento irónico en el adjetivo grande: grande para quienes la sufrieron pero minúscula para quienes nunca la entenderán ni la entendieron.

Tráiler de la película

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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