Si hay un escritor que está en las antípodas de Mario Vargas Llosa, ése es Jorge Luis Borges. El autor peruano ha cimentado su carrera básicamente a través de novelas y obras de teatro, y solo acometió el relato corto en sus comienzos; por el contrario, Borges jamás tocó ningún género que supusiera más de treinta páginas de texto y su aversión a la novela la hizo pública en numerosas ocasiones. Sin embargo, la admiración de Vargas Llosa por el escritor argentino ha sido notoria durante su vida literaria y fruto de ello es el libro Medio siglo con Borges.
Una larga admiración
Medio siglo con Borges no es un libro original, sino un refrito de artículos, conferencias y entrevistas que Vargas Llosa realizó entre 1964 a 2014.
Es bien conocido el interés del autor peruano por expresar su entusiasmo hacia otros escritores, o hacia sus obras, como ha sido el caso de Flaubert, Victor Hugo, José María Argüedas o Juan Carlos Onetti, a los que ha dedicado sendas obras. Ese entusiasmo, y un análisis siempre acertado e inteligente, también aparecen en un libro imprescindible, La verdad de las mentiras, prólogos a 24 novelas que él mismo seleccionó para una conocida casa editorial.
A Borges no le ha correspondido una obra escrita al efecto, tal vez porque la bibliografía sobre el autor argentino hace inútil cualquier nuevo intento de aproximación a su persona. Sin embargo, en estos breves textos de Medio siglo con Borges sí se hace notar un hecho que falta en sus hagiógrafos: el temprano interés por la obra de Borges.
Un reconocimiento tardío
El libro comienza con una breve entrevista realizada por Vargas Llosa a Borges en París, en el año 1964, para una revista peruana.
Hay tantas entrevistas a Borges que ya de por sí éste se ha convertido en un género netamente borgiano. Sin embargo, esta entrevista de Vargas Llosa fue realizada a la llegada de Borges a París a mediados de los sesenta, cuando comenzó la consagración del escritor argentino a nivel internacional.
Hasta ese momento, Borges era un reconocido autor dentro de Argentina, que era más o menos como no ser nadie. Solo un grupo de intelectuales del país americano reconocían su estima, pero lo cierto es que Borges, cuando contaba con 65 años de edad, apenas tenía repercusión entre el gran público.
Podemos decir sin reparos que Borges fue un invento francés. Naturalmente, la materia prima era privilegiada, pero sin el interés de los medios culturales franceses por él, la obra de Borges posiblemente no habría sobrepasado las fronteras de su país como lo ha hecho.
Una entrevista en París
La entrevista que aparece en Medio siglo con Borges tiene por tanto su importancia porque es una de las primeras que concedió fuera de su país.
Como decíamos más arriba, la entrevista fue un género borgiano, como lo fueron sus cuentos, sus poemas o sus ensayos. Durante 20 años, Borges estuvo contestando exactamente las mismas respuestas a las muy diversas preguntas de sus entrevistadores, como si fueron un solo entrevistador que se repitiera infinitamente.
En 1964, Mario Vargas Llosa era un joven novelista prometedor que llevó la breve entrevista a Borges hacia su terreno: la novela. Por entonces no se sabía aún que Borges jamás escribiría una novela, ni que tenía ninguna intención de hacerlo. Digamos que, aunque se intuía que sería así, la esperanza de leer una novela de Borges no había decaído.
Una y otra vez, el joven e ingenuo Vargas Llosa pregunta al maestro argentino por su interés por la novela. Una y otra vez, Borges desvía la conversación y finalmente se muestra elegantemente irritado por este género al que le dedica palabras poco admirativas.
Retorno al futuro
El resto de Medio siglo con Borges lo componen conferencias y artículos escritos por Vargas Llosa entre 1981 y 2014. Para entonces, el peruano es un autor consagrado como lo es Borges, y salta a la vista que si bien Vargas Llosa admiraba al argentino, esa admiración no era recíproca.
Justamente esto es lo más interesante de esta serie de artículos: por debajo del impecable análisis que Vargas Llosa hace de la obra de Borges, aparecen más las diferencias entre ellos que las coincidencias, que me atrevería a decir que no existen.
Todo lo que Vargas Llosa dice de Borges no podría decirlo de sí mismo: la perfección de su prosa, el exceso de razón y de ideas, la atención por el juego filosófico, la frialdad de sus argumentos, el gusto por la irrealidad. Todo lo que hay de pasión, sensualidad, realismo, compromiso político y grandes desarrollos argumentales en Vargas Llosa no existe en una sola de las páginas de Borges.
Un impecable análisis literario
Sobre estas diferencias, Vargas Llosa hace un análisis de la obra de Borges que podríamos catalogar de prodigioso.
Por ejemplo, cuando se detiene en el estilo claro, “anoréxico”, de Borges, con frases precisas, de manera que en sus textos no parece faltar ni sobrar una sola palabra, lo que quiere decir Vargas Llosa es que eso explica que Borges nunca escribiera una novela, ni siquiera breve, porque su forma de escribir no lo permitía.
Como dice el escritor peruano “los grandes novelistas nunca son prosistas perfectos” porque el territorio de la experiencia humana es un territorio que ahonda en las sensaciones, en las emociones, en definitiva, en lo imperfecto.
Borges no solo nunca escribió un texto medianamente largo, sino que tampoco existe apenas en sus cuentos, o en sus ensayos, el tratamiento de la realidad, sino que son solo juegos literarios o filosóficos, que si bien le han dado justa fama (y tantísimos imitadores), son valorados justamente por ser únicos, por ser un género inventado por el escritor argentino más allá de la etiqueta de cuentos fantásticos.
Sin embargo, no podemos imaginarnos una legión de escritores como Borges que desdeñaran la riqueza de la experiencia humana. Ni siquiera sus relatos sobre compadritos y matones son reales sino fruto de una mitología propia que Borges hizo pasar por realidad para cuantos ingenuos se acercaran a su obra en busca de color local.
La otra cara de Borges
Sin duda, el análisis más interesante que hace Vargas Llosa sobre la obra de Borges está en su interés por el trabajo escondido y casi anónimo que éste realizó en revistas, entre los años 1936 y 1960. Es un aspecto muy poco conocido de Borges que apenas ha merecido palabras admirativas por parte de sus estudiosos.
Vargas Llosa dedica sendos artículos a los libros Borges en Sur y Textos cautivos. Ensayos y reseñas en El Hogar (1936-1939). Es poco sabido que durante varios años, Borges estuvo escribiendo pequeñas reseñas y notas, a veces sin firma, para una revista de moda y cotilleos argentina.
Como bien señala Vargas Llosa:
Que estos textos aparecieran en una revista porteña dedicada a las amas de casa dice mucho sobre la probidad con que su autor encaraba su vocación y, también, desde luego, sobre los altos niveles culturales que lucía la Argentina de aquellos años.
Es asombroso (y por ello hay que destacarlo) que un escritor como Borges, ya propietario de un estilo maduro y de un mundo literario propio, les mostrara todas las semanas a las amas de casa argentinas su asombro ante las novelas de Virginia Woolf, sus dificultades ante la oscuridad del Finnegans Wake de Joyce o la atrevida traducción de Las Mil y una noches de sir Richard Burton.
Aparte de la probidad de Borges, que tan bien señala Vargas Llosa, este hecho ahonda en la idea de que el escritor argentino vivía en la literatura, ajeno absolutamente a la realidad que lo circundaba y que, imagino, estaría poco receptiva ante las audacias de Faulkner o Alfred Döblin.
Precisamente, lo que en la revista El Hogar parecía asombroso, dio una pátina de intelectualidad a la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo. Vargas Llosa acierta al decir que la prestigiosa revista Sur fue un invento de Borges, que la dotó de una brillantez y una singularidad que no hubiera existido sin su firma
Borges político
Como no podía ser de otra manera, tratándose de Vargas Llosa, afronta en uno de los artículos la figura del Borges político, o más exactamente, las (pocas) opiniones políticas de Borges, no siempre acertadas desde el punto de vista democrático.
Vargas Llosa se felicita porque en los años 40 y 50, Borges se mostrara implacable frente a cualquier tipo de totalitarismo, fascismo, comunismo, nazismo o nacionalismo. Y eso, que ahora nos puede parecer natural, no era fácil en aquella época.
De hecho, Argentina estuvo gobernada desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial por políticos pro nazis que, cuando vieron claro la victoria de los aliados, cambiaron de opinión de manera vergonzante. El posterior enfrentamiento entre Borges y Perón acabó con el pobre empleo del escritor en una biblioteca de segunda categoría y el encarcelamiento de su madre y su hermana.
Sin embargo, Vargas Llosa ahonda en ese extraño período de los años 70 en los que Borges aplaudió las dictaduras militares argentina y chilena. No se lo termina de explicar y eso que en los artículos anteriores recalca hasta la saciedad que Borges era un hombre que vivía dentro de la literatura.
Una explicación ignorada
Él mismo, en el último artículo del libro, dedicado a esa obra rara de Borges que tituló Atlas, admira que un anciano de 83 años se levantara a las cuatro de la madrugada para dar un paseo en globo sobre los viñedos de Napa Valley o que llorara ante las pirámides de Egipto cuando era ciego y por tanto era imposible que disfrutara de la visión de tan prodigiosos parajes.
Pues bien; que temblara de emoción ante las pirámides y que alabara al general Pinochet tienen la misma raíz en Borges: el aferramiento a unas ideas que ni siquiera la realidad podía contradecir. Los generales argentinos derrocaron a Perón y a la viuda de Perón, el mayor enemigo de Borges (no por él mismo, sino porque encarceló a su madre y a su hermana), igual que las pirámides de Egipto simbolizan su pasión por lo oriental o los gélidos parajes de Islandia, que tampoco pudo ver, fueron el lugar donde nació el idioma sajón, que tanto admiraba.
Borges se convirtió en su propio mundo, un mundo estrictamente intelectual, mental, podríamos decir que irreal, fruto de una implacable sobreprotección maternal, un continuo rosario de rechazos sentimentales y una genuina poca estima de su propia obra -que a punto estuvo de hacerse extensiva al gran público- que lo llevaron a literaturizar la realidad, a embellecerla, con lo que de erróneo, evasivo e ingenuo puede haber en ello, pero que ha hecho de Borges el mayor escritor en castellano del siglo XX.