Nadja. André Breton: La belleza convulsa

andré breton

¿Cómo se puede escribir una novela que no parezca una novela? ¿Cómo se puede llegar a convertir la realidad en una pura ficción que inopinadamente respalda esa realidad? Si algún movimiento cultural del siglo XX quiso subvertir la idea del mundo tal como lo concebimos, ése fue el movimiento surrealista, y al frente de él, el poeta André Breton (1896-1966) como su máximo exponente y teórico. Visto con la perspectiva del tiempo, lejos de las contradicciones y las continuas riñas que lo caracterizó, el surrealismo no fue más que una nueva manera de concebir el mundo, más poética y libre. Es conocida la abundante poesía que surgió de sus filas, pero precisamente porque la novela les parecía un vehículo burgués y encorsetado, antiguo y mezquino, para expresar sus pensamientos en libertad, el género narrativo pareció estar proscrito de sus intenciones. Sin embargo, nos atreveríamos a decir que la mejor obra literaria que dio el movimiento fue precisamente una novela, Nadja (1928) escrita por Breton inmediatamente después de que ocurrieran los hechos que en ella se narran.

Nadja no es una novela cómoda de leer. Requiere una fuerte concentración, no solo por el evidente simbolismo que encierra y esa cierta necesidad que parece existir en cada una de sus palabras, sino también porque está escrita con un estilo deliberadamente libre, casi anárquico, con frases llenas de escurridizas subordinadas, alambicadas sintaxis y ambiguos sentidos de las palabras. Su composición tampoco es ajena a esa respuesta surrealista contra la novela tradicional. En principio, se trata de tres partes bien diferenciadas que, no obstante, una vez leída la novela, encuentran un extraño equilibrio estructural como si cada frase formara parte de un todo.

Siendo injustamente escuetos, podríamos decir que Nadja es una bellísima historia de amor si no fuera porque aquí el amor es entendido de una forma muy distinta a lo que estamos acostumbrados. En ese sentido, Breton es tajante frente al lector: toda la primera parte de la novela es una justificación de por qué ha escrito la segunda parte, que es la historia de amor o de su encuentro con Nadja.

Esa primera parte recuerda inapelablemente a sus escritos teóricos recogidos en los Manifiestos surrealistas. De alguna manera, Breton se empeña en dejarnos claro que la historia que se contará a continuación es la pura verdad, que no hay añadidos estilísticos ni retóricos, que aunque parezca una novela, no es una novela. De hecho, el narrador y uno de los dos protagonistas son él mismo, André Breton, y eso que cuenta le sucedió a él entre los meses de octubre y diciembre de 1926. Para que no falte de nada, la segunda parte estará relatada como si se tratara de un diario, es decir, con fechas precisas, por unos parajes fácilmente reconocibles del París de aquellos años, sean establecimientos, parques o monumentos, y con el añadido de 48 ilustraciones, muchas de ellas procedentes de la mano de Nadja, que no deja lugar a dudas de su veracidad. Hasta aquí el (vano) empeño de Breton de negar cualquier esfuerzo de invención en su relato.

La segunda parte, sin duda, es la más importante de la novela, donde se relatan los encuentros entre Breton y Nadja, casi siempre en sitios públicos y muchas veces acaecidos por casualidad. En este último hecho es donde empieza a vislumbrarse que no todo lo que Breton cuenta es verdad, sino que parece sacado de un relato mágico, de extrañas coincidencias, en que dos seres apenas conocidos se encuentran en la inmensidad de París como si estuvieran destinados el uno para el otro.

Nadja, por su parte, simboliza la magia y la libertad a la que aspira el surrealista: es una mujer fascinante, sensual a fuerza de ser incomprendida, con un punto de locura y otro de lucidez que la hacen desconcertante. Es, de cierta manera, el arquetipo de la mujer sorprendente que alguna vez quisiéramos conocer. Es difícil explicar en pocas palabras la compleja personalidad de Nadja, sus frases desconcertantes, su conducta extravagante, su inocencia enternecedora. Hay que leer las páginas de esta turbadora y singular novela para comprender que la relación entre un hombre y una mujer puede ser mucho más que un acercamiento sexual o un sentimiento amoroso. De hecho, la palabra amor apenas aparece en el texto, y sin embargo, todo parece impregnado de él.

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Por otro lado está el narrador y el otro personaje de la historia, que a fuerza de digresiones, intertextualidades, ambigüedades y fingimientos se erige como el verdadero protagonista de la novela. Es conocido el exacerbado egotismo de Breton, que se demuestra a cada paso en los hechos que relata. Una lectura atenta del texto nos hace sospechar que Nadja, la verdadera Nadja, pudo no ser como viene retratada en la novela, sino que la conocemos a través del filtro narcisista de Breton, que además necesita justificarse ante su actitud final con la muchacha.

Tan importante como leer la novela es saber la realidad que la sustenta: Nadja en verdad existió, exactamente en las fechas y en los lugares que se señalan en el texto: su nombre era Léona Camille Ghislaine y los dibujos que hizo para Breton son exactamente los que aparecen intercalados en los textos, y sus palabras fueron posiblemente las mismas palabras que ahora podemos leer en el libro, pero hay algo sospechoso que induce a pensar que esa relación fue mucho más prosaica que como aparece en la novela (y que los biógrafos han podido confirmar). Es el poder de fabulación de Breton, muy a su pesar, lo que convierte a la realidad que vivió en una obra maestra de la literatura de ficción, una insuperable historia de amor y entrega por parte de una muchacha que no tenía más apoyo intelectual y material que el autor.

La novela la escribió Breton en poco más de dos semanas, según los métodos de escritura automática que él preconizaba, pero hay una tercera parte, escrita meses después, que nos devuelve a la realidad: el final de Nadja es su internamiento en un manicomio. Esta tercera parte es un efusivo discurso contra la psiquiatría y los sanatorios mentales, curiosamente procedentes de un escritor que antes de serlo aspiró a convertirse en psiquiatra.

Como se ve, hasta el último momento Breton se contradice felizmente a sí mismo. Y digo felizmente porque, de haber contado la realidad tal como fue, y que está documentada, nos hubiéramos perdido esta delicia para los sentidos, esta explosión de libertad, este bellísimo experimento narrativo que es Nadja. Su última frase es lapidaria y esclarecedora: «La belleza será convulsa o no será«. Es el postrero reconocimiento a lo que hay de bello en el encuentro entre un hombre y una mujer que se fascinan entre sí (no necesariamente a través de un enamoramiento), y también un llamamiento a que esa belleza aporte algo distinto a lo conocido, que respire originalidad y brillantez. Desde luego, Breton lo consiguió escribiendo Nadja, una imponente novela a pesar de su propio autor.

Nadja. André Breton. Cátedra.

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Intransigente, déspota, caprichoso y visionario, André Breton compuso las bases teóricas del movimiento surrealista, una de las pocas manifestaciones artísticas del siglo XX que perduró a través del tiempo en casi todos los aspectos del arte, desde la pintura hasta la poesía, del cine a la fotografía. De la corriente surrealista surgieron artistas tan perdurables como Salvador Dalí, Paul Eluard, Luis Buñuel, Roberto Matta, Apollinaire, Man Ray o Alberto Giacometti. Curiosamente, André Breton no supo estar a la altura de su propio talento, constreñido por sus excesos y sus pequeñas mezquindades. De esa sublime idea surrealista que fructificó a pesar de él mismo, nos habla Francisco Umbral en este acertado artículo.

Invitación para la exposición surrealista de Paris, 1935. Obsérvese el nombre de algunos de los artistas participantes, todos congregados en la misma exposición: Giorgio Di Chirico, Salvador Dalí, Max Ernst, Paul Klee, Dora Maar, Rene Magritte, Joan Miró o Man Ray.
Invitación para la exposición surrealista de Paris, 1935. Obsérvese el nombre de algunos de los artistas participantes, todos congregados en la misma exposición: Giorgio Di Chirico, Salvador Dalí, Max Ernst, Paul Klee, Dora Maar, Rene Magritte, Joan Miró o Man Ray.
Comité de organización de la exposición surrealista de Londres, 1936
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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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