La sabiduría popular de todas las naciones prueba que la doblez y la astucia, junto con la fuerza física, han sido consideradas como virtudes heroicas por la humanidad primitiva. Pero el empleo de la inteligencia ha despertado casi siempre escasa admiración y poco respeto. Esto al menos pensaba el escritor Joseph Conrad (1857-1924), hombre escéptico y pesimista, uno de los mejores observadores de la naturaleza humana que ha dado la literatura universal, y quiso plasmarlo en la que posiblemente sea su obra maestra, Nostromo (1904), quizás también una de las mejores novelas políticas del siglo XX.
Para ello imaginó un lugar imaginario en Sudamérica, un país llamado Costaguana, trasunto de cualquier república del subcontinente, un lugar que dotó de una gran historia y de muchas pequeñas historias en forma de personajes que tratan de sobrevivir a la ambición por el poder y el dinero. Quien tenga la fortuna de aproximarse a las páginas de Nostromo se encontrará con un escenario que le resultará conocido: la Sudamérica que inventó Conrad es la Sudamérica que aún podemos encontrar en nuestros días, un territorio revuelto, complejo, palpitante y controvertido.
El eje sobre el que hace girar la acción es la puesta en marcha de una mina de plata en la ciudad de Sulaco, que condiciona desde el principio las vidas de los personajes vinculados a ella. La concesión de la mina hace irrumpir como un cataclismo el progreso en la República, y con él, la riqueza y la codicia, la corrupción y el dilema moral: será el dinero extranjero, procedente de los Estados Unidos, el que hará posible extraer la plata de la tierra, pero serán las manos indígenas, ásperas manos de pobres, las que trabajen en ella. Se trata de un tesoro que pronto ejercerá una nefasta influencia sobre todo el país, comenzando por los gobernantes, cínicos tiranos que tratan de imponer por la fuerza lo que no pueden hacer a través de las ideas.
Sulaco se convertirá en un territorio que trastoque todos los valores éticos y sociales del país y de sus habitantes. Nostromo aparece entonces como un gran fresco de dimensiones impresionantes, por donde circularán sanguinarios dictadores, políticos desaprensivos, bandas intrigantes que jugarán a hacer revoluciones, amos que se aferran a sus intereses materiales por encima de cualquier moral, fanáticos religiosos sedientos de poder y un pueblo ignorante que lucha por su supervivencia, dentro de un ambiente opresivo de mentira y destrucción.
Sobre todos ellos sobresale un hombre, Gian Battista Fidanza, al que la gente llama Nostromo, capataz de cargadores, inteligente, sagaz, ágil, fuerte, incorruptible. Parece que sólo este hombre puede estar por encima de los intereses que rodean a la mina. Podríamos creer que se trata de un hombre de altos ideales, un modelo de integridad, un ejemplo a seguir; pero sólo es un hombre vanidoso, que sólo espera secretamente la atención y la gratitud de los demás, el ser bien considerado entre sus semejantes. ¿Lo hace eso peor persona? Nadie tiene una queja de él y los hechos demuestran que siempre ha sido un ser leal: salvó de la muerte al presidente constitucional cuando era perseguido por unos sublevados, y una hazaña suya ha hecho posible que la paz vuelva a Sulaco, cuando un militar ambicioso trató de hacerse con la ciudad. Es el hombre perfecto, el hombre en el que se puede confiar, y quién mejor para confiarle una embarcación llena de plata para ponerla a salvo de los enemigos.
Pero la riqueza pesa, destruye. ¿Podrá Nostromo sustraerse a su absorbente influjo? ¿Quedará en Sulaco alguna persona realmente incorruptible, alguien que se subordine a la ley, a la justicia y al orden, cuando parece que la ciudad vive víctima de su maldición? ¿Está el hombre por encima de estos ideales, con sus propias necesidades, sus luchas interiores, sus sentimientos más profundos? En un clima de desconfianza, de intereses cruzados, de flagrantes deslealtades, el mal acecha en cualquier situación. Joseph Conrad expuso con pesimismo su particular tesis en esta obra extraordinaria que puede leerse como una novela política y social, pero también como una novela de aventuras, en la que crea con mano maestra un microcosmos integrado de inolvidables personajes trazados con singular meticulosidad, reales, vivos, muy reconocibles. Es la historia de una obsesión, de muchas obsesiones, tantas como suscita el dinero y el poder, iluminadas por la presencia odiosa e inmensa de una mina de plata, dominando con su enorme riqueza el valor, el trabajo, la lealtad de los pobres, la guerra y la paz, la ciudad, el mar y la naturaleza.
Nostromo oculta entre sus páginas un exacto mecanismo de relojería que va desvelando con pulso firme situaciones cada vez más complejas, donde las acciones morales se llevan a cabo por razones equivocadas, los ideales irrealizables no llevan nunca al orden y a la prosperidad y los personajes se encuentran más allá de sus posibilidades. Por eso compartimos la opinión de Francis Scott Fitzgerald, cuando afirmó que hubiera preferido haber escrito Nostromo que cualquier otra novela.
Nostromo. Joseph Conrad. Alianza Editorial