El Periquillo Sarniento. José Joaquín Fernández de Lizardi: La primera novela hispanoamericana

El Periquillo Sarniento es considerada la primera novela hispanoamericana propiamente dicha. Aunque publicada en México en 1816, aún bajo la dominación española, contiene ya algunos de los ingredientes que caracterizarán la narrativa del continente. Su autor, José Joaquín Fernández de Lizardi, era hijo de mexicanos; muy preocupado por la realidad histórica de su país, desempeñó el periodismo desde joven, profesión por la que sufrió persecuciones y cárcel y que ejerció bajo el seudónimo de El Pensador Mexicano, lo que nos da una idea de su inquietud intelectual.

Quería Borges ensayar una historia de la literatura prescindiendo de nombres propios y ensayando un esquema general de su evolución; acaso El Periquillo Sarniento sea una de esas novelas en las que se puede probar que es tan importante el tiempo en la que se escribió como sus valores estéticos: faltan muy pocos años para que México se emancipe de España y los vientos que proceden de la metrópoli son revueltos; los valores de la Ilustración han calado entre los intelectuales mexicanos, aunque eso sí, pasados por el filtro del pensamiento español, especialmente del padre Benito Feijoo; la Constitución de Cádiz ha resuelto dar libertad de imprenta y acabar con la censura pero apenas poco tiempo después se vuelve a instaurar la Inquisición.

Corren malos tiempos para la libertad. Los periódicos que publica Lizardi pronto se ven sujetos a la intransigencia de las ideas reaccionarias. La nación mexicana es ya prácticamente una realidad, y como buen intelectual, Lizardi considera que el nacimiento de un nuevo país brinda la oportunidad de instaurar unas sólidas bases políticas fundamentadas en la razón y la prosperidad de los ciudadanos, pero sus ideas de fraternidad no puede expresarlas mediante su oficio de periodista por culpa de la censura. Así nace El Periquillo Sarniento.

La novela en Hispanoamérica apenas había tenido repercusión durante siglos, quizá porque siempre fue considerado un vehículo de mero divertimento sin ningún tipo de trascendencia. Las crónicas de las Indias eran ya lo suficientemente exóticas como para no añadir más fantasía a los textos. Podríamos decir, sin ánimo de sentar cátedra, que la prosa que se escribía en América ya participaba del irresistible atractivo del realismo mágico que mucho más tarde sería su seña de identidad.

Como buen ilustrado, Lizardi era un hombre didáctico; su vocación periodística reforzaba esta tendencia. Las ideas de la Ilustración no le llegaron de Montesquieu o Voltaire sino de moralistas franceses como Fenelon o Chamfort; las doctrinas de Rousseau las leyó a través del tamiz católico de los intérpretes jesuitas. En definitiva, Lizardi es un moralista con ideas progresistas en un país nuevo. Es entonces cuando decide que el mejor vehículo para transmitir sus ideas es la novela, y lo hará con todas sus consecuencias.

Para empezar, elige un molde: la novela picaresca española. Lo denominamos molde porque es el género que mejor se adapta a sus pretensiones. Entiende que en él puede meter sin freno todas sus inquietudes; leído ahora, El Periquillo Sarniento nada tiene que ver con lo que en España se considera la quintaesencia de la novela picaresca, El Lazarillo de Tormes, aunque muestra cierto parecido con el Guzmán de Alfarache: dudo que esa fuera la intención del autor. Pedro Sarmiento, el protagonista de su novela es, en principio, un hombre bueno al que la sociedad malea, pero con unas características propias del país en que nació. No entraremos en inútiles comparaciones: Periquillo Sarniento es un pelado, un espécimen ya netamente mexicano, y aunque la corrupta sociedad que lo rodea presenta toda clase de personajes, aparece otro tipo también propio de México: el lépero, ese tipo que vive del aire con nulos criterios éticos.

Leída desde este punto de vista, El Periquillo Sarniento es una novela fascinante. Se la ha acusado de poseer pobres valores estéticos. Esto no es cierto: contiene la suficiente caracterización en los personajes como para cumplir sobradamente los presupuestos literarios que debe exigírsele a una buena novela. Si los personajes derivan en arquetipos no es por culpa del novelista, sino más bien gracias a él, que sabe condensar en ellos características que más tarde serán desarrolladas por novelistas posteriores, y en cualquier caso, utiliza tipos fácilmente reconocibles que en ese momento no lo eran literariamente hablando.

Para quien aún no ha leído la novela diremos que se trata de una especie de memorias escritas poco antes de morir por Pedro Sarmiento dirigidas a sus hijos, con la idea, precisamente, de que no sigan ninguna de las decisiones que a él lo llevaron por la mala vida. Desde la primera página queda clara la intención moralizante de Pedro, que no se detendrá ante nada a la hora de adoctrinar a sus hijos, de ahí las largas digresiones y los farragosos discursos instructivos que jalonan la novela de principio a fin.

Sin embargo, lo que para muchos suponen páginas y páginas de un aburrido didactismo, para este lector es un regocijo encontrar el pensamiento de una época condensado en un solo libro. Para que los lectores actuales nos entiendan, Periquillo Sarniento es un hombre que desde la niñez ha sido mimado por una madre consentidora, desoyendo las advertencias de su padre, hombre con mayor sentido común que quiere lo mejor para su hijo, es decir, hacerlo un hombre de bien, sea cual sea el oficio que elija.

Lizardi no tiene ningún reparo en exponer por entero los discursos que el padre da a su hijo. Si éste, por su inclinación natural a la vagancia, va de un oficio a otro sin mayor provecho, tampoco nos ahorrará las arengas correspondientes de curas, frailes, médicos, abogados y cuanto bicho viviente va encontrándose Periquillo por el camino que lo deberían ilustrar en la buena senda pero que, inexorablemente, Periquillo desoye en su particular camino hacia la perdición.

Lo que sí escucha atentamente son los consejos de cuantos amigos dados a la mala vida se tropieza. Ahí es donde entra la figura del lépero, de exclusiva tradición mexicana. Su amigo Januario, o el inolvidable Doctor Purgante, representan ese tipo de individuos que trabajan cuando ya se han cansado de descansar, que entienden la vida como diversión y que, aun teniendo cualidades para tomar el camino recto, su naturaleza los lleva a la trapacería y a la desobediencia de las leyes humanas y divinas. En la novela no toman la forma típica del vagabundo porque a Lizardi no le convenía por razones didácticas, pero en su caracterización subyace ese tipo de personas que se pone el mundo por montera, haraganea cuanto puede y hace lo que le da la gana aprovechándose de la buena fe de los demás.

No obstante, este no es el caso de Periquillo, que tampoco podemos identificar con el pícaro español, personaje que mediante burlas o mentiras actúa en su propio beneficio para obtener una escalada social. Periquillo más bien subsiste, busca la manera de hacer lo menos posible, lo que todos entendemos como la ley del mínimo esfuerzo, y si, por ejemplo, guiado por su natural relajado piensa que en la vida religiosa se vive bien sin mucho trabajo, no estudia Teología como quiere su padre, sino que escoge el oficio de fraile para acceder a la religión aunque sea por la puerta de atrás, en la creencia que el título monástico le dará poco trabajo y un cierto prestigio para vivir de la nada, y cuando pronto se da cuenta de que la vida monacal no es tan regalada como le habían dicho, desiste rápidamente para buscar otra ocupación menos laboriosa. Que acabe ejerciendo de médico sin saber nada de medicina o de ciego sin haber perdido la visión, con la mayor tranquilidad del mundo, es solo la consecuencia de su peladez.

José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827)

Hay dos aspectos en la novela que no queremos pasar por alto, y que Lizardi nos reserva casi al final de la obra: una, la llegada de Periquillo a la curiosa isla de Sacheofú; la otra, su encuentro con un negro en Manila.

El primero de estos episodios es un extraño anacronismo que Lizardi introduce en el libro que lo conecta directamente con la Utopía de Tomás Moro. Sacheofú es una isla del Pacífico regida por chinos donde se vive en un estado idílico. Lo que llama la atención de Sacheofú –salvo alguna salvedad que ahora comentaremos- es que, visto ahora, lo que nos enseña Periquillo no deja de ser una sociedad avanzada para su época pero ya muy superada por la actual. Sin embargo, -y eso es lo curioso- no deja de ser idílica, cosa que nos hace pensar en la mala situación social y política de la época en que se escribió la novela y en el estado de (presunta) civilización que ha alcanzado el mundo occidental precisamente por haberse aplicado las ideas de la Ilustración, eso sí, contra viento y marea. Leer este episodio reconforta, sin duda, al lector del siglo XXI, más aun teniendo en cuenta que en la paradisiaca sociedad de Sacheofú se mantenía la pena de muerte y las mutilaciones y torturas para los que infringen la Ley.

El otro capítulo a destacar es el que vive Periquillo en Manila, como consecuencia del desafortunado encontronazo entre un inglés y un negro. Decimos encontronazo porque eso es lo que es, el simple tropezón casual en la calle de un oficial inglés con un empresario negro. El europeo lo reta a un duelo por el simple hecho de la diferencia en el color de la piel, y tras el duelo se demuestran los buenos sentimientos del negro. Este episodio lo aprovecha Lizardi para hacer un alegato contra la esclavitud, que aunque teóricamente había sido abolida en México, mantenía su vigencia por la presión de la cercana Cuba, y de camino también le sirve para razonar -mediante la correspondiente arenga- que el racismo no tiene sentido de ser. Por este simple motivo –que solo aparece en un capítulo del Tomo IV de la obra- fue censurado todo el Tomo y solo pudo ver la luz después de la muerte de su autor. La introducción, aunque sumaria, de este episodio en la novela supuso el comienzo de una interesante literatura abolicionista en Hispanoamérica, de cuya existencia daremos cuenta en estas páginas.

Aunque como queda dicho, el personaje principal y casi absoluto de la novela es Periquillo, el interés de la obra –justamente al margen de lo que tiene de literario- es la omnipresencia de ese otro personaje colectivo que es toda la sociedad mexicana de la época, desde los estamentos más ilustres –la Iglesia o el ejército- a la chusma de ladrones, jugadores y otras gentes de mal vivir que recorren sus páginas, siempre con la intención didáctica de dar cumplida noticia, por contraste, de sus malas costumbres.

Años después, Lizardi escribiría otra novela en 1819, Don Catrín de la Fachenda, en la que –en este caso sí- retrata a un pícaro más ajustado a la tradición literaria, en una novela con concentrada acción dramática y tal vez de mayor calidad narrativa, de acuerdo con los cánones actuales, que tal vez hubiera supuesto el comienzo del costumbrismo en el continente americano de haberla visto publicada su autor. Pero Lizardi, fatigado por las persecuciones y en la más absoluta pobreza, murió a los 51 años.

El Periquillo Sarniento. José Joaquín Fernández de Lizardi. Ediciones Cátedra.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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