El mundo de los prodigios cierra de una forma brillante la Trilogía de Deptford, una historia que parte de un hecho casual y aparentemente inocente: una bola de nieve lanzada por un niño. Cada uno de los libros que componen la trilogía gira en torno a un personaje central. En “El quinto en discordia” este personaje era Dunstan Ramsay; en “Mantícora” se trataba de Boy Stauton. En “El mundo de los prodigios” el protagonismo recae en Paul Dempster, el hijo nacido prematuramente a raíz de aquella bolsa de nieve lanzada por Boy Staunton y esquivada por Dunstam Ramsay. De esta forma, como en un círculo perfecto, la trilogía se cierra, de forma impecable, y es que Robertson Davies maneja a sus personajes con auténtica maestría.
Quizá de las tres partes, sea “El mundo de los prodigios” la que tiene un ritmo menos ágil y no suscita un entusiasmo tan ferviente como las dos precedentes. Pero aún así Robertson Davies es un escritor que sabe esquivar el aburrimiento y la monotonía.
Esta novela nos narra la vida de Paul Dempster desde que abandona Deptford para unirse a un circo ambulante hasta que, después de muchas vicisitudes, termina convirtiéndose en Magnus Eisengrim, un mago de prestigio mundial, quizás en el mejor mago de todos los tiempos. El libro comienza con la preparación del rodaje de una película (cuyo director, dicho sea de paso, nos recuerda bastante a Ingmar Bergman) que pretende rendir un homenaje a la figura del gran mago Robert Houdin, y que interpretará el propio Magnus Eisengrim. Precisamente este personaje, que nos parecía suspicaz, vanidoso y tercamente reservado en las novelas anteriores, destapa en ésta sin pudor todos sus secretos para darnos lo que los demás protagonistas de esta novela denominan el “subtexto”. La actitud de Magnus Eisengrim contando su propia vida tiene algo de exhibicionismo. No oculta nada, ni los detalles más escabrosos. Para empezar, nos cuenta cómo fue violado primero y secuestrado después por un mago de feria llamado Willard, un pedófilo drogadicto que toma al pequeño Paul Dempster a su servicio, como ayudante en su espectáculo de magia y también como esclavo sexual. El mundo del circo y de la farándula es, pues, el primero de los mundos en el que nos adentra el relato increíble de Magnus Eisengrim, quien nos refiere cómo toda la compañía viaja de una lado a otro del Canadá, presentando su espectáculo de fenómenos: un hermafrodita, mitad hombre y mitad mujer, una mujer obesa, un lanzador de cuchillos, un orangután amaestrado, un enano malabarista, una encantadora de serpientes, un tragasables y tragafuegos y, como no, el número de magia con el que Willard triunfa y en el que el joven Paul se ve forzado a participar durante más de diez años. Paul aprende de su “amo” algunos trucos, y mientras permanece encerrado en el autómata Abdalá (que es el número de magia que presenta Willard), tiene tiempo para aprender algunos trucos que le enseña el propio Willard y de practicar por su cuenta juegos de habilidad con las cartas, que aprende a manipular a oscuras, en el interior de Abdalá. Los problemas de Willard con las drogas se acrecientan con el paso del tiempo, lo que unido a otra serie de problemas obligan a la compañía a huir de Canadá y trasladarse a Europa. Allí, Willard se convierte en un auténtico despojo humano, y Paul lo sustituye en el número de magia. Entretanto, Willard queda relegado a interpretar para la compañía la patética figura de un hombre salvaje.
Tras un breve encuentro con Ramsay en el Tirol, Paul (que actúa como mago bajo el nombre de Jules Le Grand) marcha a Londres, donde sobrevive haciendo espectáculos callejeros de magia. Gracias al azar y a la intercesión de una vieja actriz (Milady) terminará convirtiéndose en doble y ayudante de sir John, un conocido actor teatral en pleno declive de su carrera. Paul comienza de esta forma a trabajar en el mundo del teatro, sobre el que nuevamente Robertson Davies nos sorprende por sus conocimientos. Bajo la dirección de sir John y Milady, Paul cambia nuevamente su nombre artístico, y se convierte en Mungo Fetch. Su asombroso parecido con sir John y el interés que Milady se toma en él, hacen que el joven Paul consiga un puesto de trabajo estable y se sienta enormemente agradecido, aunque su papel sea de mero figurante y las obras que interprete estén ya algo trasnochadas. Junto a sir John, el joven mago aprende no sólo el arte de interpretar, sino que consigue convertirse en un auténtico fingidor profesional, habilidad que le ayudará en el futuro a labrarse su carrera como prestidigitador de éxito.
La Segunda Guerra Mundial y la decadencia de sir John obligan a Paul a abandonar el país, y acaba refugiándose en Suiza, donde consigue un trabajo muy peculiar gracias a sus habilidades como relojero y mecánico y que adquirió trabajando para el mago Willard, perfeccionando su autómata. En esta ocasión un excéntrico hombre de negocios multimillonario le contrata para arreglar su colección de viejos juguetes mecánicos, que han sido cruelmente destrozados. Paul se instala en la mansión del millonario, en plenos Alpes suizos, en donde deberá permanecer hasta que termine su laborioso trabajo de recomposición de autómatas. Allí conocerá a Liesl, la sobrina del viejo millonario, una muchacha de inteligencia y erudición asombrosas, aunque deformada por una enfermedad del crecimiento. Convertidos en una peculiar pareja de amantes, ambos se unirán para dar forma al espectáculo de magia que les llevará por Centroamérica, donde coincidirá de nuevo con Ramsay, tal y como él mismo nos había narrado ya en “El quinto en discordia”.
Es al final de esta novela donde por fin se nos revela la forma en que murió Boy Staunton, así como los acontecimientos que llevaron a tan fatal desenlace. De esta forma llegamos a saber que, la noche en que Boy Staunton llevó en su coche a Magnus Eisengrim, Boy le habló de su cansancio. En ningún momento Boy Staunton parece arrepentido por haber sido el causante del nacimiento prematuro de Paul Dempster, pero sí que se muestra resentido contra su viejo amigo Ramsay, por considerar que es un ingrato pese a que Ramsay le debe gran parte de lo que es. Eisengrim nos explica que él tampoco se sintió resentido contra Boy Staunton y que, antes al contario, a él le debía ser quien ahora era. En un momento de debilidad, Boy Staunton confiesa sentirse viejo, cansado y decepcionado. Su reciente nombramiento, lejos de causarle alegría, le había hecho sentirse más cansado que nunca. Ya no tiene ganas de continuar la lucha, piensa que ya nada vale el esfuerzo y la única salida que encuentra para terminar con todo es su propia muerte. Si de algo se puede acusar a Magnus Eisengrim, pues, es de no haber hecho nada para detener el fatal desenlace. Cuando Eisengrim se baja del coche que conduce Boy y se despiden, probablemente ambos saben que aquella despedida es ya definitiva. Sin embargo, la resolución del misterio que giraba en torno a la muerte de Boy no es el hecho más relevante de esta novela, ni el más importante de la trama. De hecho, el autor apenas le dedica tan sólo unas pocas páginas a la resolución del suceso, ya que la parte más importante de la novela es la narración de la vida de un hombre que ha tenido cuatro nombres, perteneciendo cada uno de ellos a una etapa muy diferente y marcada de su vida: el niño Paul Dempster, el mago principiante Jules Le Grand, el actor secundario Mungo Fetch y, por último, el gran mago Magnus Eisengrim. Y con todo ello lo que el narrador parece querer decirnos es que el genio es una energía que se sobrepone a cualquier inconveniente. Pese a la notable extensión de esta novela, y al increíble cúmulo de detalles que se proporcionan al lector, no se puede decir que haya uno sólo que carezca de interés. El propio Magnus Eisengrim llega a decir en un momento de la novela que “sin detalles no puede haber ilusión”.
Y, como en el resto de la historia que compone esta trilogía, Robertson Davies nos abruma con su increíble conocimiento de casi cualquier tema, y lo hace sin resultar cargante. La eterna lucha entre el bien y el mal parece ser la última conclusión sacada de esta novela, pero no la única. Más importante que cualquier mensaje que se pueda extraer de esta novela es, sin embargo, su increíble calidad. Leer a Robertson Davies es una delicia, un privilegio, un prodigio en sí mismo.
El mundo de los prodigios. Robertson Davies. Libros del asteroide, 2007