Todos los nombres, de José Saramago: el laberinto de la identidad y la burocracia del destino

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José Saramago era un escritor obsesionado con la identidad, la memoria y el destino. En Todos los nombres (1997), una de sus novelas más contenidas pero también más inquietantes, explora esas preocupaciones a través de una historia que se mueve entre lo cotidiano y lo metafísico, entre la realidad más gris y el misterio más insondable. Con su inconfundible estilo de frases largas, puntuación libre y un tono que oscila entre lo irónico y lo filosófico, Saramago construye una fábula sobre un hombre atrapado en un laberinto de nombres y documentos, en una búsqueda que lo llevará más allá de los límites de su propia existencia.

El protagonista de la novela es el señor José, un modesto funcionario del Registro Civil que ha pasado toda su vida copiando, archivando y organizando documentos sobre los ciudadanos de una ciudad sin nombre. Su mundo es el de la burocracia pura, donde las vidas humanas se reducen a expedientes, a nombres escritos en fichas de cartón, a fechas de nacimiento y defunción registradas con impasibilidad. Nada parece alterar la monotonía de su existencia, hasta que un día, por un acto de pura casualidad, encuentra el expediente de una mujer desconocida.

A partir de ese momento, la rutina del señor José se resquebraja. Movido por una curiosidad inexplicable, comienza a investigar la vida de esa mujer, siguiendo pistas, revisando archivos, visitando lugares donde ella pudo haber estado. Su búsqueda es, en apariencia, absurda: no tiene razones para interesarse por ella, no hay un crimen que resolver, ni un enigma evidente. Pero lo que empieza como una simple curiosidad se convierte en una obsesión silenciosa, en una necesidad de descubrir algo que ni él mismo puede definir.

La novela es, en esencia, una parábola sobre la identidad y la memoria. El Registro Civil donde trabaja el protagonista es un símbolo de la manera en que la sociedad reduce la existencia humana a datos fríos y burocráticos. Las personas dejan de ser seres vivos con historias y emociones para convertirse en simples nombres en un archivo. Pero el señor José, con su insólita investigación, rompe ese esquema y se enfrenta a la posibilidad de que detrás de cada nombre haya una vida única, irrepetible, llena de secretos y significados ocultos.

Como en muchas de sus novelas, Saramago convierte lo más banal en una fuente de asombro y terror. La burocracia, que en otros relatos sería solo un telón de fondo, aquí se transforma en un sistema opresivo, un universo cerrado donde los papeles tienen más peso que las personas. La inmensidad del Registro, con sus pasillos interminables y su lógica impersonal, es una metáfora de la existencia humana: un laberinto donde cada decisión nos aleja más de la salida.

El estilo narrativo de Saramago, con su característico uso de frases largas, diálogos sin guiones y un narrador que se inmiscuye en la historia con ironía y sabiduría, refuerza la sensación de que la novela transcurre en un espacio fuera del tiempo. Sus palabras fluyen como un monólogo interior, como una reflexión que se va construyendo a medida que el protagonista avanza en su pesquisa. Y aunque la historia tenga elementos de intriga, no es un thriller ni una novela detectivesca al uso: aquí la verdadera pregunta no es quién es la mujer, sino quién es realmente el señor José, y qué significa su empeño por encontrarla.

Más allá del misterio central, Todos los nombres es también una novela sobre la soledad y la necesidad de encontrar sentido en lo aparentemente insignificante. El señor José es un hombre gris, invisible, sin ambiciones ni grandes pasiones. Pero su búsqueda le otorga, por primera vez, un propósito, una manera de sentirse conectado con algo más grande que su escritorio y sus papeles. Su historia es la de cualquier persona que, en algún momento, ha sentido la necesidad de romper con la rutina y lanzarse a lo desconocido, aunque no sepa exactamente qué está buscando.

Como en toda la obra de Saramago, la crítica social está presente, pero de forma sutil. La novela habla de un mundo donde las personas se han convertido en números, donde la burocracia ha reemplazado la humanidad y donde la memoria se pierde en archivos polvorientos. Pero también es un canto a la resistencia del individuo, a la posibilidad de que incluso el más insignificante de los hombres pueda desafiar las reglas y buscar su propio significado.

Todos los nombres es una de esas novelas que dejan una sensación de inquietud, una especie de eco que sigue resonando mucho después de haber cerrado el libro. Es un relato sobre la fragilidad de la identidad, sobre la absurda necesidad humana de buscar conexiones y sobre el peso del olvido en un mundo que parece diseñado para borrar a las personas en cuanto desaparecen. En su aparente sencillez, es una obra profunda y conmovedora, un recordatorio de que, al final, todos somos solo nombres, pero nombres que, mientras alguien los pronuncie, seguirán teniendo vida.

Todos los nombres.  José Saramago. Alfaguara.

5/5 - (1 voto)

Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016), Camino sin señalizar (2022) y El sicario del Sacromonte (2024).

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