Un asesino en escena, de Ngaio Marsh: Las mentiras del teatro

Un asesino en escena. Ngaio Marsh. Reseña de Cicutadry

Un asesino en escena fue la segunda novela escrita por Ngaio Marsh, publicada en 1935. La escritora neozelandesa está considerada como una de las cuatro Reinas del Crimen, junto a Agatha Christie, Dorothy L. Sayers y Margery Allingham. Si bien las novelas de estas cuatro escritoras tenían un cierto aire de familia entre ellas, es importante destacar las diferencias, que también las había, algunas de ellas muy interesantes.

Pasión por el teatro

El título de esta novela, Un asesino en escena, ya es de por sí eso tan temido en la actualidad que se ha denominado spoiler. Aunque la traducción al castellano no es ni mucho menos exacta –el original en inglés es Enter a murderer– tampoco importa para el lector. Estas Damas del crimen estaban más que sobradas a la hora de construir sus novelas y presentaban los hechos criminales desde el comienzo de la obra, seguras de que los lectores no podrían averiguar el resultado de la investigación policial hasta el último capítulo.

En el caso de Ngaio Marsh, su pasión por el teatro y por el arte la llevó a incluir estos temas con frecuencia en sus novelas policiacas. Poco traducida, lamentablemente, en lengua castellana, Ngaio Marsh es más conocida en su país, Nueva Zelanda, por su incesante actividad de dirección y producción en el teatro.

Un asesino en escena presenta un crimen cometido sobre las tablas del teatro. En plena función, un arma de atrezo dispara una bala real, matando al personaje principal de la obra, un actor mediocre que busca alcanzar el estrellato mediante el soborno. Sus movimientos poco ortodoxos para hacerse un puesto en la escena le granjean unos cuantos enemigos, entre los que están los demás actores y actrices de la función, aparte de su incansable (e ineficaz) actividad amatoria con dis de sus compañeras de trabajo.

Se ha representado un crimen

Para que la escena del crimen sea redonda, da la casualidad de que entre el público está un conocido detective, Roderick Alleyn. El hecho de que el detective esté presente en el momento del asesinato puede resultar, para el público actual, un recurso bastante trillado, sobre todo después de la mítica serie Se ha escrito un crimen, y su inolvidable Jessica Fletcher –interpretada por la no menos inolvidable Ángela Lansbury- que, como todos recuerdan, tenía el don de la oportunidad para estar siempre en el lugar que se cometía el asesinato que después de resolverlo con más facilidad.

No obstante, recuerdo a los lectores que Un asesinato en escena fue publicada en 1935, y en ese momento el recurso de que el detective estuviera presente en la escena del crimen era absolutamente nuevo. De hecho, en esta novela es fundamental que el policía Roderick Alleyn estuviera entre el público, porque como comprobarán los lectores que tengan el acierto de leer esta obra, sin esa circunstancia el asesinato hubiera quedado impune.

No es casualidad que Ngaio Marsh optara por incluir a su detective en el mismo momento del asesinato, porque una de las cualidades de la escritora neozelandesa fue la escrupulosa atención a los detalles. Como buena seguidora de Agatha Christie, es cierto que la acción durante toda la novela está dirigida a encontrar sospechosos (y en este sentido, no se desvía ni un ápice en los esquemas de la gran escritora británica), pero curiosamente el que todos los que intervienen en la obra hayan podido, en un momento dado, cambiar la bala asesina, no modifica para nada la resolución del crimen.

Como reza el título en inglés, se hace una entrada a un actor para que cometa un asesinato –naturalmente, fingido- y lo comete en la realidad. Así de simple. Lo que ven los espectadores (y leen los lectores) es todo lo que hay, y una lectura atenta de esa escena llevaría a la resolución del crimen. Como se ve, Ngaio Marsh no ocultaba sus cartas, porque lo que realmente le interesaba a ella era la adecuada construcción de un ambiente: el ambiente teatral.

Un asesino en escena. Ngaio Marsh. Reseña de Cicutadry
La escritora Ngaio Marsh vestida como Hamlet

Los fingimientos del teatro

Todo en esta novela está construido sobre mentiras. No olvidemos que los actores no paran de fingir cuando están sobre las tablas. Este hecho bien conocido le vale a Ngaio Marsh para levantar toda una trama en la que el fingimiento es clave.

Tal vez en este tratamiento general de la novela es donde estriba la mayor diferencia entre Ngaio Marsh y sus correligionarias escritoras de lo criminal, sobre todo respecto de la más conocida, Agatha Christie.

A diferencia de ésta, cuyas tramas era perfectos mecanismos de relojería, pero fríos, calculados al milímetro, las novelas de Ngaio Marsh tienen un argumento mucho más complejo, o dicho de otro modo, Ngaio Marsh se detenía sobre todo en aspectos que nada tenían que ver con el crimen expuesto al principio de la obra. Podríamos decir que las obras de Ngaio Marsh eran muy literarias, bastante más que las novelas propias de este género.

Es cierto que el lector –se entiende, el lector de novelas policiacas- abre el libro con la intención de seguir las vicisitudes de un crimen hasta su resolución, pero Ngaio Marsh les aguarda con una sorpresa: por el mismo precio les devuelve otra novela que está dentro de la novela criminal.

Buena conocedora del ambiente teatral, de los envanecimientos, intrigas, fingimientos y demás circunstancias del mundo de los actores –un mundo propio en sí mismo- vamos a asistir a otra representación fuera de la escena. La labor del detective Roderick Alleyn será desentrañar qué hay de verdad y qué hay de mentira en las vidas y actitudes de los actores, que como todos sabemos, están dotados con la cualidad de fingir en cualquier momento cualquier estado de ánimo.  Que en su trabajo vivan un mundo de ficción puede hacer que esa irrealidad se cuele en sus vidas, de una manera consciente o inconsciente.

Humor entre bambalinas

La segunda circunstancia que diferencia a Ngaio Marsh de las otras Reinas del Crimen es la aparición del humor en sus novelas. Un humor muy sutil, es cierto, más derivado de la ironía que de otra cosa. En ese continuo fingimiento que puede existir en los actores también puede haber mucho de ocultamiento de unas vidas mediocres y de actitudes miserables que tratan de tapar con el brillo propio de la actuación.

El detective Roderick Alleyn asistirá, como los lectores, a todo un despliegue de oropeles por parte de los personajes, que en poco o en nada coinciden con su realidad cotidiana. Y en ese trabajo por caracterizar a cada uno de los personajes Ngaio Marsh nos sorprende con una poca habitual profundidad en este tipo de novelas.

En este sentido, Ngaio Marsh está más cerca de las novelas de Dorothy Sayers que de las de Agatha Christie. Los personajes de Ngaio Marsh tienen características propias, y en el caso particular de esta novela, tienen una doble característica: la real y la fingida. Nadie piense que la investigación del crimen va a ser el único vector que dirija la novela.

De hecho, como decíamos más arriba, el crimen está resuelto desde el principio (otra cosa es que el lector, gracias a la magia de la escritora, no lo advierta) pero con la excusa de que el detective necesita que sean los propios actores los que se confiesen a través de sus actos, Ngaio Marsh nos planta una exquisita novela sobre el mundo del teatro.

Por este motivo, y por la poderosa facilidad de Ngaio Marsh para trazar una narración sólida y sumamente interesante, creemos que la escritora neozelandesa tiene un sitio de privilegio en la literatura policiaca. Con sus características propias, con sus tramas peculiares, Ngaio Marsh se hizo un lugar en el difícil escenario que había trazado Agatha Christie unos años antes. Así lo atestiguan sus 32 novelas policiacas –las estuvo publicando hasta el mismo año de su muerte, en 1982-que en el mundo anglosajón tuvieron una renovada acogida a pesar de ser un género exprimido a lo largo del siglo XX.

Un asesino en escena. Ngaio Marsh. Siruela.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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