Una constante atraviesa la realidad cotidiana de los ciudadanos que viven sometidos a los regímenes dictatoriales: la mediocridad de sus vidas. Nadie puede brillar porque el aparato político necesita de la grisura de los súbditos para, por contraste, lucir un prestigio que está lejos de alcanzar por sus propios méritos. El albanés Fatos Kongoli escribió en 1991 una novela cuyo título, Una nulidad de hombre, hay que tomarlo como un calificativo de la historia que aloja en sus páginas pero, también, como una expresión sarcástica ya que en las dictaduras todos los hombres son nulidades por definición.
El drama de las dictaduras
La novela nos narra los años de infancia y juventud de Thesar Lumi, un ciudadano como otro cualquiera en un momento indeterminado de la historia de su país, Albania.
La presentación no puede ser más sugestiva: parte del momento en que Thesar, junto a unos amigos, va a tomar un barco donde, hacinados, suponemos que cientos de albaneses escapan de su tierra en dirección a Italia, sin mayor promesa de futuro que la mera libertad. En el último momento, Thesar decide bajarse de la nave justo antes de zarpar, sin motivo aparente, sin explicación alguna para los amigos que lo acompañan. La novela será la larga aclaración de esta repentina decisión.
Tal vez Thesar sea, como pocos, una víctima atroz de lo que supone vivir bajo una dictadura brutal. Él piensa que es una nulidad de hombre porque le han hecho creer que es una nulidad de hombre; ni siquiera es capaz de tomar la determinación de irse de su país. Vive bajo un condicionamiento, bajo una indefensión aprendida.
La indefensión aprendida
Leyendo esta sutil novela he recordado los experimentos realizados con animales por el doctor Seligman y que dieron lugar al término learned helplessness, o impotencia aprendida, que en psicología explica varias conductas anómalas en el ser humano, como por ejemplo, la aceptación por parte de las víctimas de la violencia de género que sufren.
En las dictaduras –viene a decirnos implícitamente el escritor albanés- el drama de los ciudadanos es que viven y mueren sujetos a una impotencia aprendida, de manera que, aunque tengan delante la posibilidad de ser libres, renuncian a ello, dejan de responder al estímulo y no intentan generar un cambio.
El omnipresente Enver Hoxha
Aunque en ningún instante de la novela aparece el nombre del dictador albanés Enver Hoxha, su presencia es tal que lo impregna todo. Durante 43 años impuso una tiranía del terror de tal calibre que aún los albaneses, en el siglo XXI, viven bajo los efectos de su mandato.
Uno de estos efectos más evidentes es la aceptación de la violencia como norma general en sus vidas. El niño Thesar Lumi vive en el colegio acobardado por la crueldad extrema de su tutor. Es algo aceptado, y cuando un alumno se ve agredido -con motivo o sin él- por el maestro, no puede encontrar el alivio comprensivo de sus padres porque éstos indefectiblemente apoyan la autoridad del profesor.
Cuando a Thesar le toca recibir su primer castigo por parte del tutor, descubre de repente dos constantes que le perseguirán toda su vida: la diabólica expresión Si te han pegado es porque algo habrás hecho malo y la cobardía de los padres frente a quien detenta la autoridad, sea quien sea. Desde ese momento, Thesar ha entrado en el terrible juego del poder ciego:
Al contrario de lo que yo había previsto, los primeros palos por esta hazaña no me los propinó Xhoda, que ni siquiera se dignó llamarme a su despacho, sino mi padre. Nunca me había pegado. Me pegó en cuanto volvió de la comisaría de policía, a donde le habían llamado para pedirle explicaciones por mi conducta. Según supe, fue allí donde le pagó como indemnización a Xhoda una pequeña suma de dinero, en torno a los tres o cuatro mil leks. Hoy es el día en que aún no estoy seguro de si mi padre me castigó por mi acción, por el dinero que hubo de pagar o por el miedo que se le metió en el cuerpo cuando le llamó la policía.
Sea como fuere, desde entonces mi padre adoptó esa costumbre, y como él aprendió a pegarme yo también aprendí a ser golpeado. Y cuando alguien se acostumbra a los palos, deja de importarle todo.
La inútil rebeldía
En un principio Thesar se rebela (no se ha acostumbrado aún a aceptar el embudo de la impotencia aprendida) y comete una fechoría digna de un niño que, sin embargo, él mismo considera el acto que cambiaría su vida: envenena al perro del tutor, o mejor dicho, a la mascota que éste regaló a su preciosa hija, Vilma, de la cual además está enamorado el chiquillo y que, más tarde, será una figura protagonista a lo largo de la historia, ya de adultos.
En ese acto violento (envenenar a un perro con un trozo de hígado como venganza por un castigo escolar) ya está resumida toda la realidad que le tocará vivir a este pequeño albanés en un futuro: la violencia se paga con violencia; si quieres algo, véngate, roba, asesina. Las dictaduras han embadurnado la Historia de sangre, de conductas viles, de perdurables corrupciones: la muerte de un perro envenenado por un niño y la muerte de César por su hijo es lo mismo: los dos actos pertenecen por igual a la dinámica de las tiranías.
El estigma en las dictaduras
Un hecho absurdo hará cambiar la vida del joven Thesar. Su acto de rebeldía coincidirá con una inesperada revelación: unos años atrás, su tío, que estaba haciendo el servicio militar en un puesto fronterizo, se pasó al otro lado con dos compañeros. Ni siquiera el niño sabía que tenía un tío materno porque jamás se habló de él en casa. Era una vergüenza para la familia.
Como un estigma, este hecho lo acompañará siempre, como el pecado original para los católicos. Él no ha hecho nada malo, él no fue el que se fugó, pero en su seno familiar hay un enemigo, un traidor, por tanto, todos en su familia son traidores.
La expulsión del colegio, las dificultades para encontrar un trabajo, la inestabilidad económica, en definitiva, cualquier hecho que realice un individuo a lo largo de su vida penderá de ese estigma y lo dejará a expensas de personas más poderosas que él. Thesar no será una excepción.
El sentimiento de inferioridad
Por una casualidad, Thesar conocerá al hijo de un alto mandatario del gobierno, de un ministro. Ladi es un joven rebelde que, si bien goza de todos los privilegios de formar parte de la élite, trata de hacer una vida normal como cualquier otro ciudadano. Junto a Ladi, Thesar se encontrará con otra joven, Sonja, cuya belleza y, sobre todo, valentía y sentido común –algo raro en un régimen dictatorial- lo enamorará.
Ese amor, que devendrá en pasión erótica y una fuerte complicidad, seguirá los derroteros de quienes viven al margen de lo que toca bailar políticamente en cada momento.
Es más: Thesar no termina nunca de creerse la suerte que ha tenido. Es el sentimiento de inferioridad que acecha a cualquier ciudadano de una tiranía que roza el poder, aunque sea por mera suerte.
La atracción fatal la procuraba yo. A todos los que tuvieron relaciones conmigo los persiguió el infortunio. Y sin embargo yo estaba convencido de que la felicidad me asaltaba bajo la forma de una mujer llamada Sonja.
La escapatoria del alcohol
Desconozco por qué los licores son tan deleznables en los regímenes dictatoriales. La cuestión es que es la única forma que tienen los ciudadanos de aguantar su situación y su perspectiva vital.
En Una nulidad de hombre todos beben. Beben un cognac que es puro alcohol, un cognac que va directo al cerebro para embotarlo, para olvidar, para convencerte que eres una nulidad de persona, para seguir sobreviviendo.
El coñac que había ingerido me producía ardor de estómago. Por vez primera me dije que yo allí era un extraño. Me había introducido por casualidad en el engranaje de las vidas de unas personas que, a pesar de nuestra intimidad, seguían envueltas en una enigmática niebla que continuaba siendo impenetrable para mí.
El escritor Fatos Kongoli es muy sensible a la realidad de su país, lo retrata de una manera minuciosa, casi obsesiva, muy lejos de ese otro escritor albanés, Ismael Kadaré, que se vale de largas parábolas para contar lo mismo, tal vez porque la verdad no sea verosímil para el lector extranjero.
Sin embargo, en Una nulidad de hombre la angustia de los personajes es la angustia de los lectores que contemplan en silencio la destrucción de unas vidas de ficción que deben parecerse mucho a los millones de vidas que sufren bajo las dictaduras, como la que sufrió Albania.
Una novela inteligente
¿Por qué esta novela es tan atractiva? Porque Fatos Kongoli mantiene un difícil equilibrio entre lo que cuenta y lo que realmente quiere que leamos sus lectores.
Un análisis detenido de Una nulidad de hombre nos sorprende porque el propio título de la obra, cuya razón de ser viene sobradamente explicada a lo largo del texto se contradice con lo que le ocurre a ese hombre, el protagonista, al fin y al cabo una persona con suerte puesto que a lo largo de su vida va a conocer de cerca los mecanismos del poder, el amor, la belleza, la pasión sexual, la camaradería, la posibilidad de ser libre…, y siempre por méritos propios.
Pero a su vez, conocerá el anverso de todas esas circunstancias, ya que todas les serán negadas de una u otra manera, por lo general, de forma brutal.
De esta manera, el lector asiste a unos acontecimientos afortunados que devienen en profundas desgracias por culpa del momento histórico que le toca vivir al protagonista.
La profunda desesperanza de los súbditos
Cuando un ciudadano se convierte en súbdito de un régimen político pasa a vivir en la desesperanza. Uno de los grandes argumentos de Una nulidad de hombre es la anulación del hombre por el hombre, del poder frente al individuo. Un poder que se convierte en una pesadilla kafkiana, de ahí que otros escritores albaneses hayan optado por esa forma de escritura para explicar la realidad de su país.
Acaso este duro fragmento resuma las vivencias de un ciudadano en una dictadura:
Lo cierto es que la noticia de que al excamarada Fulano le habían reventado la tapa de los sesos junto a una fosa abierta en algún lugar, fue acogida con deportividad en nuestra pequeña ciudad. Ni el menor comentario. La más absoluta de las indiferencias por parte de la mayoría de los convecinos. El polvo perpetuo y la crónica gris, que a menudo se transformaba en negra, les bastaban y sobraban a mis conciudadanos para ser realistas. El tigre mortífero los mantenía a todos bajo vigilancia. En momentos como aquellos nadie se sentía seguro. Ni los felices en su dicha ni los infelices en su desdicha. Ni los torturadores ni los torturados. Ni los sensatos ni los necios. Ni los honestos ni los deshonestos. Todos temían al tigre, todos tenían miedo los unos de los otros. A ello se debe que la noticia del fusilamiento del excamarada Fulano solo pudiera tomarse de manera deportiva y sin el menor comentario.
Es la anulación total del individuo. Es vivir por vivir, la mediocridad instalada en la existencia, el fatum como única explicación de los acontecimientos. Ya no es una cuestión de pérdida de libertad: es la desaparición absoluta en los ciudadanos de la confianza en sí mismos.