Hay novelas que exigen del lector algo más que paciencia; piden entrega, disposición al desconcierto, voluntad de perderse en una maraña de historias, personajes y episodios que parecen no tener una conexión evidente. V. de Thomas Pynchon es una de esas novelas. Publicada en 1963, es un despliegue vertiginoso de erudición, sátira, paranoia y caos narrativo, una obra en la que todo parece estar a punto de encajar sin que nunca lo haga del todo. Leerla es como seguir un rastro de pistas dispersas, un rompecabezas en el que algunas piezas siempre terminan faltando.
El centro de la novela es esquivo, casi un espejismo: V. puede ser muchas cosas a la vez, un símbolo, una mujer, un lugar o simplemente una obsesión. Dos tramas principales se cruzan y se entrelazan: por un lado, la historia de Benny Profane, un exmilitar desorientado que deambula por Nueva York en los años cincuenta, entre borracheras, encuentros fortuitos y un grupo de excéntricos conocidos como los Whole Sick Crew, que encarnan el vacío de una generación sin rumbo. Por otro lado, está la historia de Herbert Stencil, un investigador obsesionado con descubrir la identidad de V., una figura enigmática que aparece en distintos momentos de la historia, desde la Alejandría del siglo XIX hasta la Malta de la Segunda Guerra Mundial.
La estructura de V. es fragmentaria y está construida a partir de episodios que se superponen en distintos tiempos y lugares. Hay conspiraciones, asesinatos, expediciones, momentos de absurdo cómico y pasajes que parecen sacados de un tratado de historia alternativa. Pero lo que une estos fragmentos no es una trama lineal, sino una sensación de búsqueda constante, de personajes atrapados en un juego de significados que siempre se escapan. Pynchon no ofrece respuestas claras ni resoluciones satisfactorias: su novela es un laberinto en el que el sentido parece siempre a punto de revelarse, pero nunca lo hace completamente.
El estilo de Pynchon es eléctrico, repleto de referencias culturales, juegos de palabras, descripciones minuciosas y cambios abruptos de tono. Puede ser barroco y denso en un momento, y al siguiente deslizarse hacia el slapstick y el humor absurdo. La sátira es una constante en la novela, que ridiculiza las convenciones del género detectivesco, el imperialismo, la burocracia y la paranoia política. Su lenguaje es preciso, pero al mismo tiempo desbordante, y cada página parece contener múltiples capas de lectura.
Uno de los grandes temas de V. es la imposibilidad de encontrar un relato único que explique el mundo. La historia, en la visión de Pynchon, no es una línea recta, sino una acumulación de versiones contradictorias, de verdades parciales que dependen del punto de vista de quien las cuenta. Stencil busca una clave que unifique todo, pero lo que encuentra son fragmentos, relatos inconexos, indicios que no terminan de encajar. Y en esa falta de certeza es donde radica la fuerza de la novela.
Pero V. también es un libro sobre la alienación, sobre personajes que se mueven en un mundo que no entienden y del que parecen estar desconectados. Benny Profane, con su actitud pasiva y su deriva sin rumbo, es el reverso de Stencil: mientras uno busca obsesivamente un significado, el otro ha renunciado a cualquier intento de comprender. La tensión entre estos dos enfoques —la paranoia frente a la indiferencia— es el eje sobre el que Pynchon construye su visión del mundo contemporáneo.
No es una novela fácil ni accesible, y tampoco pretende serlo. Su lectura requiere esfuerzo, y en ocasiones parece más un desafío intelectual que un placer narrativo. Pero para aquellos que se dejen arrastrar por su lógica fragmentaria y su humor corrosivo, V. ofrece una experiencia única: una inmersión en una literatura sin concesiones, en una visión del mundo donde el caos y el absurdo son la norma, y donde cada intento de encontrar un significado definitivo se disuelve en nuevas preguntas.
Pynchon nos advierte desde el principio que la verdad no es un destino, sino un espejismo. Y en ese juego de búsqueda infinita, en esa sensación de que la historia es una acumulación de signos que nunca terminamos de descifrar, V. sigue siendo una de las novelas más desafiantes y fascinantes del siglo XX.
V. Thomas Pynchon. Tusquets.