Vértigo. W. G. Sebald

Sebald

A Proust, abrumado por un triste día que había pasado y por la perspectiva de otro triste día tan melancólico por venir, al llevarse a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena, le invadió un estremecimiento tal que le convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor. A W. G. Sebald (1944-2001), de igual manera, al recordar aquel pasaje de una obra de Stendhal en el que, en las galerías de las minas de sal de Hallein, un minero obsequia a su acompañante, Madame Gherardi, con una rama muerta, revestida por miles de cristales, en la que los rayos de sol se quiebran resplandeciendo en preciosas formas, le recuerda que una imagen real puede quedar envuelta de imaginación y recubierta de perfecciones que idealicen a la cosa amada.Este es el punto de partida de Vértigo (1990), el extraordinario libro de W.G. Sebald que acaba de reeditar la editorial Anagrama. En este caso, partiendo de un libro de viajes, lo que el escritor alemán encuentra en el camino es un amor arrebatado por la historia y los escritores que han sido también viajeros, por las voces del pasado, por el paso del tiempo que en sus ojos retrocede ante los estragos de la modernidad.

Una lectura apresurada de este libro nos puede llegar a concluir que se trata de un simple viaje por las calles de Viena, Venecia, Milán, Verona e Innsbruck, donde Sebald se va parando en pequeños detalles que pueden no revestir especial importancia, hasta llegar finalmente a una pequeña localidad de Baviera, donde nació el viajero y a la que no ha vuelto desde que era niño, para encontrar los fantasmas que guarda en la memoria, las calles casi olvidadas, sus vecinos muchos de ellos muertos y la casa donde vivió con su familia, sin apenas encontrarlos.

Pero hay mucho más en ese viaje nostálgico que el narrador hace por la vieja Europa. Por lo pronto, hay una mirada melancólica que convierte al paisaje en un estado del alma: partiendo de la objetividad de los hechos narrados, que se desarrollan ante los ojos del escritor y que cuenta con un lenguaje maravilloso y delicado que se apodera de las entrañas de las cosas, advertimos casi sin darnos cuenta que nos está contando su propia vida, la conciencia de Sebald que se va apoyando en cada una de las pequeñas situaciones que va viviendo y que les da un brillo especial, como un paño que descubriera una textura inaudita en cada uno de sus pasos. La historia que relata Vértigo tiene el valor de lo verdadero, de una sinceridad que el lector pronto capta como suya, como si le estuvieran hablando al oído mientras viaja de la mano de una conciencia descriptiva que narra los hechos con un sexto sentido que tal vez viene dado por el halo de melancolía y ensoñación que envuelve a la historia.

Vértigo está concebido como un diario de viaje y una autobiografía del alma, pero también como un ensayo y como una historia novelada, y ante todo como una ficción. Sólo el talento de Sebald es capaz de transformar la realidad más inmediata en la apariencia de una novela, que es como mejor puede leerse este libro. Y es una novela a pesar de que el narrador se llame como el autor, W. G. Sebald, y aunque en las páginas del libro vayan apareciendo ilustraciones que realzan la veracidad de los hechos narrados: recortes de periódico, fotografías, dibujos, retratos, billetes de tren o el propio pasaporte de W. G. Sebald, que nos sorprende en mitad del libro como para recordarnos que ese viaje encantador y romántico que parece sacado de un relato de fantasmas errabundos ha sido realizado por una persona de carne y hueso que no se para, contra lo habitual, a contemplar las ruinas y los monumentos, sino que deambula por las calles vacías y entra en los más humildes locales de las ciudades o tiene encuentros con amigos singulares, sólo para tratar de hallar una nueva clave que le ayude a encontrarse a sí mismo.

Viajar con W. G. Sebald es pasearse por la biblioteca de la vida, encontrar el detalle que nos está aguardando para decirnos que el mundo oculta tesoros que van más allá de lo evidente y que tal vez ese tesoro lo podemos descubrir dentro de nosotros mismos. Por eso no es extraño que en este viaje culto y delicioso de una mente atormentada, de un peregrino que huye de lo obvio, el viajero crea ver a Dante paseando por Viena en 1980, o al rey Luis II de Baviera navegando en un vaporeto por los canales de Venecia, o que se encuentre a dos muchachos gemelos que son el vivo retrato de Kafka, sentados en un tren que el viajero ha tomado a Riva, la ciudad donde el propio Kafka fue a tomar las aguas huyendo, como Sebald, de una incierta tragedia personal. En el viaje, por tanto, no es tan importante lo que vemos, lo que se despliega ante nuestros ojos, como aquello que queremos ver y que llevamos oculto en nuestro interior, igual que ocurre con esa rama seca cubierta de cristales que describe Stendhal y que explica el fenómeno de la cristalización del amor, esa imaginación con que revestimos a la persona amada y que nos oculta la realidad que lleva dentro.

Y todo ello nos lo creemos mientras leemos este viaje hecho tanto de realidad como de ficción gracias al amor con que Sebald trabaja las palabras, la delicadeza de las descripciones, el cuidado y la elaboración exquisita con que está construido cada párrafo, la reproducción milimétrica de los recuerdos. En este libro hay un gusto especial por vivir las experiencias de otras personas, por el pasado en contraposición con los hechos actuales, hay un oído finísimo dispuesto a escuchar viejas lenguas y viejas frases. W. G. Sebald descubre con este libro un feliz hallazgo: que escribir es, ante todo, peregrinar por las palabras.

Vértigo. W. G. Sebald. Anagrama, 2009

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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