Cuando la editorial norteamericana Charles Scribner’s Sons encargó a Henry James preparar una edición colectiva de sus libros, no podía imaginar que le había dado un cheque en blanco que el escritor utilizaría para inmortalizar su memoria. Dedicó exclusivamente cuatro años de su vida, de 1905 a 1909, a revisar página por página cada uno de sus textos, reescribió sus obras tempranas para elevarlas al nivel de su escritura de madurez y desechó otras, más por razones maniáticas que por autoexigencia artística.
Desde el principio pensó en llamarla la Edición de Nueva York como título general de lo que él consideraba su monumento literario. Aunque la editorial estaba dispuesta a publicar su obra completa, que hubiese sumado treinta y cinco volúmenes, James decidió que debía constar de veintitrés. El número no era caprichoso: en el primer ensayo que había escrito sobre Balzac, en 1875, decía: “Las obras completas de Balzac ocupan veintitrés enormes volúmenes en octavo, en la imponente pero incómoda edición definitiva publicada últimamente”.
Él quería que la Edición de Nueva York representara el mismo vasto mundo literario que La Comedia Humana, un universo cerrado, autónomo y reconocible en la historia de las letras. De hecho, no dispuso las obras en orden cronológico, sino de acuerdo con temas y motivos, mezclando incluso en algunos tomos novelas y cuentos. Por otra parte, como en este número de volúmenes no podía tener cabida toda su producción, decidió prescindir de algunos de sus textos más conocidos –Washington Square o Los Europeos-, curiosamente, narraciones que en su mayoría se desarrollaban en Estados Unidos. En definitiva, como anunció a su editor, la Edición de Nueva York contenía “toda la ficción del autor que él desea perpetuar”.
Como muchas veces hemos señalado en estas páginas, escribió dieciocho prefacios en los que explica con un detalle casi obsesivo el origen de cada narración, sus peculiaridades técnicas y cuantas digresiones consideraba oportunas para poner en contexto la obra y otorgarle el valor que debía tener a los ojos del público: con esta labor, Henry James estaba construyéndose una autoría, ejerciendo de crítico de sí mismo ante sus lectores futuros, componiendo una teoría literaria completa acerca de su producción. Su Edición de Nueva York era una obra de arte en sí misma.
Había dado por descontado que cada volumen también tendría un frontispicio. Se necesitaban veintitrés ilustraciones de calidad, cada una con “alguna escena, objeto o localidad” asociada a los textos contenidos en el tomo y, naturalmente, sufragados por la editorial. En este momento es cuando aparece la enigmática figura de Alvin Langdon Coburn.
Alvin Langdon Coburn era un joven fotógrafo de 23 años que en 1905 había abordado a James en Nueva York. Pertenecía a un movimiento llamado Photo-Secession, que luchaba en defensa de la fotografía como arte y que se inspiraba en el simbolismo europeo. Coburn pronto destacó por su inédito tratamiento de las imágenes, creando ambientes entrañables con un acusado carácter melancólico en el dominio del contraluz y la sombras. Sus encuadres trataban de huir de lo banal, de lo meramente descriptivo, para expresar sentimientos y estados mentales.
Como decíamos, Coburn se acercó a Henry James en Nueva York y le pidió fotografiarlo. El escritor había visto una muestra de sus instantáneas en una exposición y tuvo la idea de probarlo para algunas de las escenas necesarias para la edición. Invitó al joven a su casa de Rye y allí le comunicó la idea que tenía en la cabeza: sus ilustraciones serían “símbolos ópticos”; ampliarían las imágenes literarias pero no introducirían ningún elemento nuevo: las fotografías debían ceñirse a un riguroso plan establecido por el propio James. Coburn aprovechó su estancia en Lamb House para hacer numerosas fotografías del escritor, pero éste no quedó satisfecho. En el George Eastman Museum aún se conservan los negativos que nunca fueron revelados.
En su autobiografía Photographer, Coburn recuerda con especial agrado aquella etapa de búsqueda de imágenes junto a Henry James. Del entusiasmo, podríamos decir casi juvenil, con que el escritor acogió el proyecto y su extremada dedicación al detalle, da una clara muestra este fragmento:
Durante mi segunda visita a Rye, para fotografiar la casa, James me dio un encantador volumen de la edición de El Americano publicada en 1883, que dedicó a mi nombre y fechado en Lamb House, 4 de julio de 1906. Realmente era el día 3, y pude ver que él empezó a hacer la figura del tres en la fecha, y entonces cambió de idea y, con una risa entre los dientes, escribió un cuatro ¡porque el cuatro de julio es el Día de la Independencia Americana y era más apropiada para ser inscrita en la copia de su libro!
James envió a Coburn al continente, a las ciudades donde se desarrollaban sus novelas, y le prometió que él mismo lo guiaría por Londres y París. La experiencia parisina fue abrumadora: Coburn recuerda que su conocimiento de las calles era asombroso, nombrando de memoria nueve o diez adyacentes a las que recorrían, llevándolo como en un sueño por los parajes que habían inspirado sus escritos. Para ilustrar precisamente El Americano no le bastó con su compañía: quería que se empapara del ambiente en soledad, que extrajera sus conclusiones personales, claro está, siempre bajo sus directrices.
Así comenzó una correspondencia entre ambos que es todo un ejemplo de colaboración artística y -también hay que decirlo- del grado superlativo de manía por los detalles que le suponemos a James. Como no podía ser de otra forma, sus instrucciones querían ser concretas pero se perdían en extrañas divagaciones más propias de sus novelas que de meras indicaciones de localización. Así, para encontrar la casa que debía ilustrar El Americano, le escribió:
Una vez que tengas la idea en tu cabeza, podrás encontrar fácilmente ejemplos paseando por la vieja zona residencial y las partes “nobles” de la ciudad… Dile a un cochero que quieres pasearte por cada una de las calles, y cuando tengas una noción, regresa y pasea y quédate mirando con alivio.
Otra muestra de estas particulares indicaciones lleva su particular sello autobiográfico:
Hay otro pasaje en el mismo libro [Los Embajadores] acerca del héroe sentado allí (en los Jardines de Luxemburgo) contra el pedestal de una agradable y vieja estatua de jardín mientras lee ciertas cartas que están estrechamente relacionadas con la historia. Entra en los tristes Jardines de Luxemburgo y busca mi exacta estatua (compuesta con otros interesantes objetos) contra la cual mi silla se reclinó. Tráeme algo correcto, en resumen, del Luxemburgo.
Las instrucciones terminaban con una amable invocación: “Mis bendiciones por tu inspiración y tu mal tiempo”.
Finalmente, Coburn realizó 24 bellos fotograbados mediante el procedimiento del platinotipo, una técnica especialmente sensible a la gama de tonos medios, que le daba a las fotografías una cualidad ensoñadora, casi fantasmagórica, y que además cumplía exactamente el plan escénico de James: aportaban imágenes al texto pero no interferían con él; eran concretas pero evocadoras, y sobre todo, eran estrictamente personales, como bromas particulares que el propio escritor se hacía a sí mismo.
Por ejemplo, la fotografía que ilustra La edad ingrata es la puerta de la residencia de Lamb House, a la cual tituló Mr. Longdon’s, el nombre del anciano personaje que trata de refinar y cultivar a la joven protagonista para que no sea la mujer superficial de los salones londinenses que era su madre; o la imagen que acompaña el volumen de cuentos que encabeza La lección del maestro: es el banco donde su amigo George Du Maurier y él se sentaban después de sus largos paseos y en el que se contaban sus secretas confidencias y se daban consejos, los mismos que los protagonistas de los relatos del tomo -siempre escritores- daban a sus pupilos, llenos de íntimas quejas y apesadumbradas confesiones acerca de la incomprensión pública de su arte.
El reconocimiento a la aportación de Coburn a su magno proyecto lo concretó Henry James en el prefacio a La copa dorada, que el fotógrafo entendió como un tributo a su fructífera colaboración:
Me he “metido” tan a fondo en las cosas y de una forma tan expositiva en los aspectos que cubren esta colección de mis escritos que juzgo superficial no haber dicho ni una sola palabra de una característica tan sobresaliente de nuestra edición: la docena de “ilustraciones” decorativas. Si las hermosas fotografías reproducidas del señor Alvin Langdon Coburn no hubieran tenido que sufrir una reducción tan grande, reconozco que esta serie de frontispicios contribuirían menos al ornamento; pero la belleza de las que no han sido reducidas tanto, en mi opinión, sigue siendo grande; en cualquier caso, me complazco en esta ojeada a la intención general por respeto a la pequeña página de historia que queda así añadida a mis ya voluminosas, aunque en conjunto desenfadadas, notas.
Realmente no era “una docena” de ilustraciones las que había realizado Coburn, ni tampoco veintitrés, como era la voluntad balzaquiana del escritor: la Edición de Nueva York, finalmente, tuvo veinticuatro volúmenes, publicados entre 1907 y 1909, y se tituló Las novelas y cuentos de Henry James, Edición de Nueva York. En abril de 1918, se publicaron dos volúmenes más, correspondientes a las novelas que dejó inconclusas Henry James a su muerte. Para la ocasión, Alvin Langdon Coburn volvió a ilustrar los frontispicios con sus fotografías, pero para entonces él ya había derivado hacia otro tipo de imágenes más abstractas, casi cubistas, con perspectivas desde lugares elevados -sobre todo de Nueva York- que más tarde serían interminablemente imitadas. Pocos años después, Alvin Langdon Coburn fue olvidado.
A continuación ofrecemos las veintiséis ilustraciones realizadas por Alvin Langdon Coburn que aparecen en los volúmenes de la Edición de Nueva York, de acuerdo con su orden de publicación, con los títulos de las obras de Henry James que los contienen. Hemos decidido mantener el título de las fotografías en inglés, tal como los concibieron sus autores.
Volumen I. Roderick Hudson
Volumen II. El americano
Volumen III. El retrato de una dama (Vol. 1)
Volumen IV. El retrato de una dama (Vol. 2)
Volumen V. La princesa Casamassima (Vol. 1)
Volumen VI. La princesa Casamassima (Vol. 2)
Volumen VII. La musa trágica (Vol. 1)
Volumen VIII. La musa trágica (Vol. 2)
Volumen IX. La edad ingrata
Volumen X. Los despojos de Poynton. Una vida en Londres. The Chaperon
Volumen XI. Lo que Maisie sabía. En la jaula. El alumno
Volumen XII. Los papeles de Aspern. Otra vuelta de tuerca. El mentiroso. Las dos caras
Volumen XIII. El eco. Madame de Mauves. Un peregrino apasionado. La madona del futuro. Louisa Pallant
Volumen XIV. Lady Barbarina. El cerco de Londres. Un episodio internacional. La pensión Beaurepas. Un puñado de cartas. El punto de vista
Volumen XV. La lección del maestro. La muerte del león. La próxima vez. La figura en la alfombra. El fondo Coxon
Volumen XVI. El autor de Beltraffio. La edad madura. Greville Fane. Alas rotas. El árbol de la ciencia. La humillación de los Nortmore. El mejor de los lugares. Cuatro encuentros. Paste. Europa. Miss Gunton de Poughkeepsie. Fordham Castle
Volumen XVII. El altar de los muertos. La bestia en la jungla. La casa natal. La vida privada. Owen Wingrave. Los amigos de los amigos. Sir Edmund Orme. Lo mejor de todo. El rincón feliz. Julia Bride
Volumen XVIII. Daisy Miller. Pandora. El Patagonia. Lo real. Brooksmith. El Holbein de Lady Beldonald. La sombra de una historia. Flickerbridge. La señora Medwin
Volumen XIX. Las alas de la paloma (Vol. 1)
Volumen XX. Las alas de la paloma (Vol. 2)
Volumen XXI. Los embajadores (Vol. 1)
Volumen XXII. Los embajadores (Vol. 2)
Volumen XXIII. La copa dorada (Vol. 1)
Volumen XXIV. La copa dorada (Vol. 2)
Volumen XXV. La torre de marfil
Volumen XXVI. El sentido del pasado