Diario de un hombre de cincuenta años. Un puñado de cartas. Henry James

27-diariohombreLos relatos en primera persona tienen el aliciente de la subjetividad del narrador, que lo mismo cuenta los hechos con absoluta neutralidad –y por tanto apenas se diferencia de la tercera persona- que contamina con su particular punto de vista la fiabilidad de lo narrado. Un escritor tan perverso como Henry James supo aprovechar esta falta de fiabilidad para que fuera el lector, con su inteligencia y la debida atención, quien rellenara los huecos de sus historias, casi siempre ambiguas.

Hay muchas formas de abordar el punto de vista, y creo que Henry James las utilizó casi todas, pero pocas veces llegó tan lejos como en los dos últimos cuentos que publicó antes de lanzarse a escribir El retrato de una dama. En julio de 1879 daba a la imprenta Diario de un hombre de cincuenta años (The Diary of a Man of Fifty), esclarecedor ejemplo de hasta dónde puede sugestionarse una persona que ve más allá de lo que realmente ocurre. El hombre al que hace referencia el título es un caballero americano que vuelve después de muchos años a Florencia, donde vivió un tiempo y tuvo un romance frustrado con la Condesa Salvi. James tiene la habilidosa ocurrencia de narrar los progresos de su protagonista por Florencia en forma de diario, de modo que no tiene necesidad de recordar aquellos hechos porque nadie se cuenta a sí mismo lo que ya ocurrió, sino que lo da por sobreentendido.

En uno de sus paseos descubre casualmente (¿casualmente?) que la Condesa Scarabelli, hija de su antigua amante, vive aún en la misma casa donde se desarrolló su desafortunado idilio. Visita a la condesa y le hace saber su identidad, que es reconocida de inmediato por la joven. Lamentablemente su madre murió hace años pero parece que aún estuviera viva en la figura de su hija, cuyo parecido con la Condesa Salvi es prodigioso.

Durante la visita también conoce a Stanmer, un terrateniente inglés que parece estar interesado en la guapa condesa. Como buen personaje de James, nuestro hombre comienza a preguntar aquí y allá y centra su atención en las cuitas del joven inglés, no muy seguro de merecer el interés de Madame de Scarabelli, a quien cortejan otros hombres. Será el propio Henry James quien nos descubrirá sus intenciones gracias a un apunte que hizo en sus Cuadernos de notas:

Siempre he pensado que la siguiente situación tiene mucho interés: un hombre de cierta edad, que ha vivido y ha reflexionado sobre la vida, ve reproducirse ante sus ojos una situación de su juventud, y está dividido entre la curiosidad –que lo inclina a observar cómo va a desarrollarse en ese caso particular- y su instinto –que lo empuja a intervenir, a la luz de su experiencia, en beneficio de los interesados…

En este caso, el yo del protagonista se proyecta más allá de sí mismo, se reconoce en ese joven actual que está sufriendo las supuestas artes seductoras de la condesa porque él mismo ha pasado por esa experiencia y duda si avisar a su amigo de las nefastas consecuencias de avanzar en sus pasos. Su perspectiva regresa como en un túnel del tiempo muchos años atrás y de esos recuerdos –que ya abarcan todo su pensamiento- se comprende que fue él quien rompió su relación con la Condesa Salvi, fue quien renunció a una promesa de felicidad que nunca supo si fructificaría o no. Por tanto, su punto de vista está completamente contaminado por unos hechos que nunca ocurrieron, punto de vista que ahora tiene ocasión de trasladar al joven enamorado, no sabemos si para su bien o para su mal.

En esta narración, como se puede comprobar, también nos encontramos con el tema del doble y de las ocasiones perdidas, tema que retomará en otros cuentos posteriores, el más recordado el estremecedor El rincón feliz.

Junto al relato comentado también publicó en 1880 Un puñado de cartas (A Bundle of Letters), otro ejemplo del punto de vista llevado al extremo. En esta ocasión el cuento consiste en una serie de cartas que distintas personas –de diversas nacionalidades- escriben a sus familiares o conocidos, cuyo único punto en común es que son residentes de una casa en París que acoge extranjeros para perfeccionar el francés mediante la conversación.

El hallazgo narrativo es doble: por un lado, la atención se hace pivotar sobre Miss Miranda Hope, una americana de Maine fascinada por el encanto de París, y por otro lado, son los propios remitentes los que desvelan sus muy distintas personalidades a través de su forma de escribir. Digamos que aquí el recurrente tema internacional de James llega al paroxismo puesto que los mismos hechos los pone en boca (o en la mano) de dos americanas, la citada Miranda Hope de Maine y Miss Violet Ray de Nueva York; un estudiante bastante repelente de Harvard; una joven inglesa que se cartea con una Lady residente en Brighton; un coqueto francés con veleidades amatorias y un maduro profesor alemán.

Todos hablan de sí mismos, naturalmente, pero como su vida transcurre en la animada casa parisina, tienen siempre algunas palabras para referirse al resto de los huéspedes. Lo que en principio parece un estudio antropológico sobre las distintas formas de ver la vida según la nacionalidad de cada cual, se termina convirtiendo en un regocijante muestrario de pareceres, dependiendo de quien escriba.

Así, Miss Miranda Hope, que según se deduce de sus cartas es una joven provinciana que está descubriendo las delicias que ofrece Europa, sorbiéndolas con la curiosidad propia de su juventud pero que sabe distinguir entre la espontaneidad americana y las aletargadas maneras europeas, aparece en el resto de cartas de una forma muy distinta: el principiante Leverett escribe a un amigo de Harvard que Miranda es un espécimen de la muchacha norteamericana emancipada, práctica, positiva, desapasionada y que sabe demasiado o muy poco, según se mire. A su vez, Miranda describe al envarado Leverett como el clásico pedante bostoniano. Por su parte, la joven neoyorquina no ve en ella más que una cándida yanqui sin el menor interés. Sin embargo, el interés es cada vez más creciente en el preceptor francés, que malinterpreta completamente los modales francos de Miranda; la joven inglesa mira con altivez y casi lástima el provincianismo de los americanos. Para terminar dejamos como caso aparte al profesor Rudolf Staub cuya carta dirigida a la localidad de Gotinga es ciertamente una obra de arte en sí misma: no le hace falta diferenciar mucho al resto de sus compañeros de mesa porque a todos los trata de homúnculos y los pasa por unos rayos X cuyo resultado académico es concluyente: la franca decadencia de Europa y el no menos aparatoso derrumbamiento inminente de los Estados Unidos, cuya cultura caprichosa y democrática está llamada a desaparecer en manos del rigor y la exquisita disciplina alemana.

Aparte del interés de la divertida trama (y del puzzle que debe montar el lector en su cabeza para situar a cada quien en su justo lugar) merece especial atención el carácter mimético de James, capaz de adaptar su escritura a cada personaje, caracterizándolo por su redacción. Suponemos que las más de 10.000 cartas que escribió en su vida fueron suficiente fuente de inspiración.

Diario de un hombre de cincuenta años. Editorial Funambulista.

Un puñado de cartas está incluido en El último de los Valerios y otros cuentos. Valdemar.

Reseñas sobre Henry James en Cicutadry:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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