A menudo sucede que cuando pensamos en un país o en una cultura, nos viene a la cabeza aquello que es más brillante o está más de moda. Así, cuando pensamos en Estados Unidos, nuestro primer recuerdo es la multitud y la prisa, la mezcla de razas o el pragmatismo de Nueva York o Chicago. Actualmente, casi todas las novelas norteamericanas que conozco desarrollan sus historias a través de la clase media, en ciudades superpobladas y archiconocidas, pero hubo un tiempo en el que los escritores fijaron su mirada en esos otros Estados Unidos que también existen, parafraseando a Benedetti. Efectivamente, el Sur siempre ha estado ahí, con su particular idiosincrasia, y no solamente ha servido de soporte para historias basadas en la Guerra Civil, sino que ha sido el punto de partida de un modo de entender la vida consustancial con las costumbres de su gente.
Quizás el escritor sureño más conocido sea William Faulkner, pero el Sur de Faulkner está pasado por su distorsionado filtro de historias truculentas y legendarias, presentado como un puzzle al que le faltaran algunas piezas que tiene que rellenar la imaginación del lector. Más ajustada a la realidad, sin embargo, apareció la inmensa figura de Carson McCullers (1917-1967), que prestó al Sur un lirismo intimista y una mirada compasiva, siempre del lado de los débiles. Con El corazón es un cazador solitario (1940), apenas cumplidos 23 años, se presentó al mundo con una madurez narrativa inusual y asombrosa, dejándonos una novela que podría haber sido su obra maestra si no la hubieran sucedido unos pocos libros más donde su talento no dejó de ascender. Porque hay que decir, desde el principio, que Carson McCullers, al margen del peculiar mundo que relata, de su estilo fastuoso y su visión comprensiva de los demás, es una escritora fascinante y precisa, que hace fácil lo difícil, como si no le hubiera costado trabajo escribir lo que escribía. No es tanto que su estilo sea sencillo (que no lo es), sino algo más impreciso: podemos llamarlo amenidad o encanto, hechizo.
La historia que presenta esta novela es muy compleja, porque abarca la vida entrecruzada de unos pocos personajes durante un año, al final del cual, ninguno de ellos se encontrará en la situación de partida. Y sin embargo, al lector esta transformación le pasa inadvertida hasta muy avanzada la novela. Digamos que hay dentro de la trama visible una corriente subterránea que va erosionando las distintas personalidades hasta que llega un punto en que no resisten más.
Asistimos así a la cotidianeidad diaria de míster Singer, un mudo que en principio convive con otro mudo, un griego comilón y egoísta, con quien le une una amistad incomprensible, puesto que el griego no le presta la más mínima atención. Éste, debido a unos extraños ataques de locura, terminará internado en un asilo, y la vida de míster Singer girará exclusivamente alrededor de los pocos días de vacaciones en los cuales puede acercarse al asilo para simplemente cohabitar, aunque sea durante unas horas, con ese hombre que apenas tiene una mínima atención con él.
También aparece una adolescente, Mick, que va descubriendo la complejidad del mundo que la rodea y que se siente atraída por la música clásica. Su único deseo es poder tener una radio para escuchar esa música (que oye en casas ajenas a través de las ventanas) y un piano donde poder desarrollar su vocación.
Al frente de un bar, paradójicamente llamado Nueva York, está Biff, un hombre que ve pasar la vida a través de la barra, malamente casado con una mujer a la que apenas ve, pero que cuando muere, siente su pérdida como si le hubieran robado un trozo de su vida. A ese bar acude Jack Blount, un hombre que viene de ninguna parte, casi siempre borracho, mecánico al frente de una atracción de feria con ideas bolcheviques que trata de inculcar a quien se le pone por delante, con resultados siempre desastrosos.
Igual idea de libertad, pero desde otro punto de vista, tiene el doctor Copeland, un negro que vive amargado por la situación de los negros en su país, una especie de Martin Luther King (pensemos que la novela es de 1940) cuyos discursos a los pocos que quieren escucharlo, tienen un halo de presagios estremecedores. Finalmente, también conoceremos a Portia, la hija del médico, una joven negra que asume su papel servil dentro de la sociedad en la que le ha tocado vivir, igual que sus hermanos, que son justamente el retrato opuesto de lo que su padre, el médico iluminado, quiso para ellos. Y todo esto se encuentra desarrollado en el marco de una población del Sur, innominada, que ni siquiera sabemos si es grande o pequeña, pero de la que sí sabemos que vive al margen de los grandes acontecimientos que en esa época están acaeciendo en el país.
Podríamos preguntarnos: ¿es ésta otra historia del Sur? No, sin duda. Resulta imprescindible el contexto sureño para comprender la manera de entender la vida de los personajes, pero ante todo, por encima de la geografía y del tiempo, está la sobrecogedora historia de soledad que nos ofrece Carson McCullers. Un hecho obvio muestra hasta qué punto la soledad es el principal personaje de esta novela: todos los personajes, de un modo u otro, terminan siempre dirigiéndose al mudo Singer para sentirse acompañados. Y sí, efectivamente, estamos hablando de un mudo, al que nadie entiende por el lenguaje de signos.
La incomunicación entre los personajes y Singer es casi absoluta en términos físicos, pero sin embargo, cada vez que uno de ellos se dirige a su habitación y lo visita, su horizonte se engrandece, siente el bálsamo de la presencia de ese hombre que, ante todo, es un hombre bueno y, aún más por encima de ello, es una persona que es todo oídos y que no interrumpe nunca las conversaciones que escucha.
Ése es el gran hallazgo de esta formidable novela: las personas hablan para no sentirse solas, y le hablan precisamente a un mudo, que no puede interpelarles, y que además las escucha pacientemente, porque, al fin, él también se encuentra solo sin su amigo griego. ¿Y de qué hablan con el mudo? De sus deseos. No de sus ocultos deseos, sino de sueños sencillos, de posibilidades muchas veces realizables pero que nadie parece entender, ni siquiera ellos mismos. El único que parece entender es míster Singer, un personaje que, con muy pocos elementos, es el más logrado de la novela y, desde luego, un personaje inolvidable. La maestría de McCullers a la hora de perfilarlo es absoluta.
No piense el lector que estamos ante una historia triste y deprimida, sino que se trata de un relato poderoso, intimista, y compasivo de unos seres que nunca llegarán a ser ni siquiera lo que no saben qué quieren ser. En cualquier caso, El corazón es un cazador solitario es un vigoroso ejercicio de reflexión sobre la necesidad de amar y ser amado.
El corazón es un cazador solitario. Carson McCullers. Seix Barral.