Rubén Darío (1867-1916). Nicaragua
Rubén Darío, el más grande poeta nicaragüense y uno de los más grandes de todos los tiempos, fue un niño prodigio que ya desde su infancia despuntó por su creatividad y su inteligencia. Con 3 años sabía leer; con apenas 12 había leído el Quijote y escrito el primer poema del que se tiene constancia; con tan sólo 14 años, ya leía y recitaba a los poetas franceses. Trabajó como periodista y también como embajador de Nicaragua en diversos países de Europa y América.
Sus primeros libros de poesía los publicó con 19 años, pero fue dos años más tarde, en 1888 cuando publicó su famoso poemario Azul… que le valió la crítica unánime, entre otras personalidades literarias de la época, del escritor español Juan Valera y del uruguayo José Enrique Rodó.
Se casó en 1890 y enviudó tres años más tarde, volviendo a casarse por segunda vez en Madrid, matrimonio que duró hasta su prematura muerte.
Sin duda alguna Rubén Darío es el poeta más universal de Nicaragua y uno de los más geniales de todos los tiempos. Su influencia sobre los poetas de habla hispana del siglo XX es indiscutible. Conocido como el príncipe de las letras castellanas, Rubén Darío estuvo reconocido en vida como el genio que sin duda fue; su fama lo precedía allá a donde viajara, por América o Europa. Fue en París donde su poesía se volvió más universal, pues la huella de la poesía parnasiana y simbolista (en especial la de su admirado Paul Verlaine) influyó notablemente en su obra que se llenó de metáforas, elementos exóticos, erotismo, símbolos y figuras retóricas. Está considerado como el padre del movimiento poético conocido como modernismo.
Tras Azul…, obra que le impulsó a la fama, se consagró con Prosas profanas y otros poemas, un bellísimo canto al amor. Igualmente geniales son sus obras Cantos de vida y esperanza (1905) y Poemas de otoño (1910).
Regresó a Nicaragua en 1915, a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial, pero la enfermedad acabó prematuramente con su vida y murió en León (Nicaragua), en 1916, dejando viuda y dos hijos huérfanos. Aunque se nos hace muy complicado elegir una sola muestras de su poemario, hemos seleccionado este bellísimo poema titulado Lo fatal:
LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…
Magnífico poema de Rubén Darío que nos remite a varias etapas de la historia literaria.
El poema apunta directamente al barroco y a su toma de conciencia del tempus fugit. Recordemos que en nuestro barroco la fugacidad del tiempo, el paso de la vida, se aprecia como algo que ocurre sin que apenas nos demos cuenta, y es apreciado el modo como lo hace Rubén Darío. Recordemos por ejemplo a Calderón de la Barca en La vida es sueño. Expresiones como: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción…«, se corresponden perfectamente con las de Rubén Darío cuando dice eso de:
Y el espanto seguro de estar mañana muerto.
Introduce también el convencimiento del siglo XIX de la duda impenitente de que el conocimiento nos haga más felices. Es justamente al revés. La posible felicidad viene de la mano de la inconsciencia, la dicha está necesariamente en no sentir, en no pensar. Así en un duro golpe a la ilustración y a su confianza en la razón como salvadora del hombre, se dice:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente.
El mayor dolor está en la vida consciente porque es esa conciencia la que te lleva mayor pesadumbre, a la toma de conciencia de la verdad indubitable de la muerte.
También nos remite Rubén Darío en este poema a la Academia de Atenas dirigida por Platón. Allí el filósofo griego disertaba entre el ser y el devenir. La obra de Rubén Darío claramente descarta el Ser, y se queda únicamente con el Devenir, es decir, se queda con aquello que nace y perece, y no con lo que permanece, que no es nada. Nada permanece, todo es perecedero, parece ser la respuesta del poeta:
Y el espanto seguro de estar mañana muerto.
El poeta nicaragüense se muestra derrotado por la realidad última de la muerte, y por no poder contestar a las últimas preguntas o quizás las primeras, que se formula el hombre existencialmente; dónde vamos y de dónde venimos:
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…
Por último el poema nos remite al 98, y sobre todo a Miguel de Unamuno. A Rubén Darío le desespera, como al vasco, la finitud y la contingencia del hombre, que es creador del Dios de la conciencia y autor del orden moral. El verdadero problema vital es siempre el de nuestro destino individual y personal, y ahí el hombre ha perdido la batalla. Ese hombre, como en Unamuno, que nace, sufre y muere. Sobre todo muere. Ese hombre que no se resigna a su condición de mortal.
Gran poema sin duda, que engarzado a los innumerables del poeta, le hacen merecedor de su más que merecido espacio en el pódium de honor de la poesía universal.
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