Suave es la noche. Francis Scott Fitzgerald: La felicidad empañada

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Hubo un tiempo en que los escritores se convirtieron en personajes de sí mismos. La generación perdida norteamericana demostró que la vida y la literatura podían ser paralelas, o mejor dicho, que sus vidas podían ser convertidas en literatura, y por tanto, en relatos apasionantes. La biografía de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) podría leerse como una novela, no sólo porque su vida fuera una sucesión de anécdotas jugosas e interesantes, sino porque con esa vida construyó un mundo de novela que, al final, ha terminado perdurando en el tiempo y ha caracterizado a todo un grupo de escritores o, más ampliamente, una forma de entender la vida, sólo explicable en el contexto histórico en que les tocó vivir. Tal vez sea El gran Gastby la novela más equilibrada de Scott Fitzgerald, pero sin duda la que mejor retrata aquel estilo de vida brillante y atractivo que caracteriza su literatura sea Suave es la noche (1934), un título sin duda sugerente para una novela que no defraudará al lector.

En ella, se encuentra Scott Fitzgerald en estado puro. Para entonces, su esposa Zelda ya había sufrido varios ataques de esquizofrenia, el lujo de su vida empezaba a desteñirse y su inspiración a agotarse. Suave es la noche es como el canto del cisne de toda aquella parafernalia de fiestas y francachelas. Como no podía ocurrir de otro modo, la acción comienza en la Riviera francesa, en los dorados años veinte. Un matrimonio norteamericano parece fulgurar por encima de aquellos ociosos días de verano en que algunas pocas familias americanas iban a descansar a la costa. No es que vivan en el lujo: es que es un lujo conocerlos, poder contar con su atención y su amistad. Así le ocurre a la adolescente Rosemary, reciente estrella de Hollywood que viaja a Francia junto a su madre, y que por una casualidad conocerá al extraordinario matrimonio.

Dick Diver y su esposa Nicole son los perfectos anfitriones: las jornadas con ellos están programadas al modo de las jornadas de las antiguas civilizaciones para sacar el máximo provecho de lo que se ofrece en esa calma chicha que es el verano francés. Los Diver representan en apariencia el estadio más perfecto de la evolución de una determinada clase, y por eso, la mayoría de la gente parece deslucida a su lado. Ser incluido en el mundo de Dick Diver es una experiencia notable: cada persona queda convencida de que la está tratando de una manera especial porque ha reconocido la incomparable grandeza de su destino. Dick los conquista a todos enseguida con una consideración exquisita y una cortesía que funcionan de una manera tan rápida e intuitiva que sólo se pueden examinar sus efectos. A simple vista, Dick y Nicole forman el matrimonio perfecto. O tal vez sea que Dick es sencillamente perfecto. Así se lo parece a la pequeña Rosemary, que no podrá dejar de enamorarse de él.

Los Diver se rodean de excéntricos amigos que convierten su vida en un mundo de ensueño. Todos sus movimientos los vemos desde la mirada de la deslumbrada Rosemary. ¿Se puede pedir más a una persona? Y cuando creemos que vamos a asistir como lectores a una fiesta perpetua, Scott Fitzgerald cambia bruscamente el punto de vista: sus ojos se centran en la vida de ese matrimonio de puertas hacia dentro, y empiezan a aparecer los desequilibrios.

Descubrimos que Dick es un psiquiatra que trata de escribir un libro de su especialidad basado en los casos que no puede conocer, puesto que no ejerce su profesión: el dinero de su mujer, inmensamente rica, hacen que su vida se deslice por la pendiente de la pereza, pero también descubriremos que se echó encima un trabajo lo suficientemente duro como para compensar su vida regalada: su mujer es una esquizofrénica rehabilitada, una antigua paciente, que trata de encontrar una luz en su vida acompañada perpetuamente por su médico. Pero no siempre lo consigue.

Entre las sonrisas y los halagos, aparece de vez en cuando ese ramalazo de locura que ensombrece la vida de los Diver. En verdad, la tormenta se va cerniendo sobre la cabeza del matrimonio, que poco a poco debe ir conquistando cada paso que dan en el mundo, amparados por la exquisita apariencia que otorgan a sus actos. Scott Fitzgerald levanta la alfombra donde se han ido acumulando los desperdicios, y en un momento dado de la novela conoceremos esa sórdida historia escondida que es imposible descubrir bajo los ojos amigos de Dick.

Suave es la noche es una novela sobre la felicidad, porque es a ella a la que aspiran los personajes principales. Dick no la encontrará porque se encuentra dentro de ese ojo del huracán que le impide ver la luz de sol. Su mundo se va destruyendo paulatinamente, mientras que ve a su mujer salir de las tinieblas de su enfermedad. La ve con ojos borrosos, empañados por el alcohol, que lo irá minando en esa búsqueda desesperada a la que se agarra para no caer en el abismo de una existencia que se desvela vacua. Toda la novela es esa lucha desesperada de un personaje brillante por salvarse de algo. En ese aspecto, el relato funciona como una perfecta maquinaria de reloj: Dick es un hombre afable, muy inteligente, mundano, buen profesional, mejor esposo, un buen padre de sus hijos. Parece que no le faltara de nada, pero sin embargo, lo vemos caer más y más, como un objeto que desciende en el agua hasta el fondo, luchando contra su peso.

Hay algo angustioso en Suave es la noche: es esa contradicción entre lo que es y lo que debería ser. Cuando se tiene todo para ser feliz, ¿por qué no se consigue salir del abismo? Esta novela es la respuesta a esa pregunta, una respuesta brillante, bien construida, convincente, un diamante que contiene en su interior la más dramática de las impurezas.

Suave es la noche. Francis Scott Fitzgerald. Alfaguara

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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