Cómo me hice monja, de César Aira: la narrativa insólita

Portada de Cómo me hice monja, de César Aira

Lo que parece comenzar como un pretendido relato autobiográfico, pues la protagonista se llama César Aira, no es sino una auténtica caja de sorpresas que, por supuesto, poco contiene de autobiográfica y sí mucho de juego. Parte de ese juego se inicia al comienzo de la novela corta titulada Cómo me hice monja con esta confesión de la voz narradora:

Mi historia, la historia de “cómo me hice monja”, comenzó muy temprano en mi vida; yo acababa de cumplir seis años. El comienzo está marcado con un recuerdo vívido, que puedo reconstruir con su menor detalle. Antes de eso no hay nada; después, todo siguió haciendo un solo recuerdo vívido, continuo e ininterrumpido, incluidos los lapsos de sueño, hasta que tomé los hábitos.

Lo que César Aira consigue en este prodigio de libro que se titula Cómo me hice monja, un libro compuesto por tres novelas cortas, es lo que, en cierta medida, han logrado desde los comienzos del llamado boom muchos escritores hispanoamericanos y, más concretamente, los argentinos: transgredir todas las normas literarias conocidas y provocar al lector con una narrativa insólita. Si algo deja claro César Aira con su escritura es que tiene una voz propia y personal que no se parece absolutamente a ninguna otra.

La primera novela corta que aparece en esta edición es justamente la que da título al libro: Cómo me hice monja, y parte de un hecho que ya, desde el propio título, nos anuncia que este no va a ser un relato común: el personaje central es un niño llamado César Aira, o mejor dicho, deberíamos decir que la protagonista es una niña llamada César Aira, pues en todo momento César habla de sí misma identificándose como una niña, lo que proporciona al texto una deliberada ambigüedad que, sin duda, busca provocar o incluso descolocar al lector, algo que sin duda consigue. La historia parte de un relato que parece puramente anecdótico: César, de seis años, va con su padre a una heladería. César nunca ha probado un helado en su vida, y su padre quiere sorprenderlo con este regalo. En la heladería, el padre compra un helado de frutilla para su hijo y también otro para él, pero, cuando César lo prueba, el sabor le parece repugnante, y se resiste a comerlo, lo que decepciona enormemente al padre, decepción que se refleja en la forma condescendiente y despreciativa con que trata a su hijo. Después de una discusión, el padre prueba el helado y comprueba que, efectivamente,  está en mal estado. Furioso, va a reclamarle al heladero y, tras una desagradable discusión, el padre pierde por completo los estribos y, en un ataque descontrolado  de ira, mata al heladero en presencia de César. Este es apenas el arranque de esta novela que, página tras página, no deja de sorprender al lector con una serie de situaciones que bordean el surrealismo, sin saber a ciencia cierta si lo que está ocurriendo es un mal sueño o una realidad que supera los límites de la razón.

Con el padre en la cárcel por asesinato, César tiene que ser ingresado en un hospital por la intoxicación sufrida tras haber comido el helado en mal estado. Allí, en el hospital es donde el lector comenzará a conocer el extravagante carácter de César, quien nos relata su historia siempre como si fuera una niña. En el hospital César mantendrá un exasperante juego de la verdad y la mentira con su médico, que trata de salvarle la vida mientras César parece empeñada en no ponérselo en absoluto nada fácil. Será allí, en el hospital, como si de una revelación mística se tratase, donde César decide hacerse monja.

La vuelta al colegio, la complejísima relación de la niña con sus compañeros y con su maestra, las horas pasadas junto a su madre, o la visita, en extremo surrealista, de ambos para ver a su padre en la cárcel, conformarán algunos de los episodios en los que el escritor nos deja solo entrever la complejísima personalidad de un personaje de tan solo seis años. No hay una sola situación en la novela que no resulte sorprendente y transgresora, incluyendo un final verdaderamente inaudito, que obviamente no desvelaré, pero que ya adelanto que dejará al lector completamente atónito.

Basta con la lectura de esta novela corta para que cualquier lector que no haya leído nunca a César Aira se dé cuenta de que se encuentra frente a un narrador sencillamente excepcional, original y cuyas historias no tienen nada que ver con todo lo conocido. Pero si la primera novela corta es excepcional, la segunda, titulada La prueba, no se queda atrás. En este caso, la protagonista es una muchacha adolescente y gordita que sale del instituto y va de regreso a su casa, y que es abordada por otras dos muchachas que visten con estética punk para que, sin más preámbulos, una de ellas le declare su amor incondicional. Lo que parece una situación insostenible para una novela corta, César Aira es capaz de mantenerlo durante ochenta prodigiosas páginas en las que uno se pregunta qué es lo que puede pasar a continuación. Y por muy fértil que sea la imaginación del lector, les aseguro que ninguno de ustedes será capaz de predecir lo que pasará entre la chica gordita y las dos punks, cuando la primera, totalmente escéptica por la declaración de amor, le solicite a las dos amigas , una prueba de que su amor es verdadero. Lo que a partir de ese momento se desencadena es, sencillamente, apabullante, y recomiendo encarecidamente al lector que no traten de leer previamente una reseña donde se destripe el argumento de esta historia. Léan La prueba sin conocer más datos de los que les he dado, y déjense llevar por la lectura: me agradecerán el consejo.

Por último, la tercera novela corta, titulada El llanto, tal vez sea en el conjunto del libro, sin desmerecer en absoluto la calidad, la historia más “normal” en el sentido convencional del término. La historia relata a través de una larga carta el lamento de un cuarentón recién divorciado que nos explica cómo perdió a su mujer, una popular presentadora de un concurso de televisión y militante del partido comunista, que acaba siéndole infiel con un japonés con el que comienza a vivir, primero en la misma ciudad que el exmarido, manteniendo un débil vínculo con este debido a una acuerdo entre ambos por el que guardan una especie de custodia compartida con una mascota, concretamente un perro, por el que ambos sienten mucho cariño.

En definitiva, Cómo me hice monja es un libro innovador y sorprendente, con unos puntos de vista atrevidos y giros rocambolescos, pero que causarán un indudable deleite a los lectores. Desde ya recomiendo encarecidamente su lectura.

 Cómo me hice monja. César Aira. Mondadori.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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