BIBLIOGRAFÍA COMPLETA DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA, 3
Diario del Nautilus recopila los artículos publicados semanalmente por Antonio Muñoz Molina en el periódico Ideal de Granada entre septiembre de 1983 y junio de 1984. De los 45 artículos inicialmente escritos, fueron publicados 37 de ellos en un libro editado por la Diputación Provincial de Granada en 1986, con una portada diseñada por su amigo, el pintor Juan Vida.
Pensamientos y opiniones
Sigue siendo un escritor inédito que cada mañana laborable cumple su eficaz y gris tarea en el ayuntamiento de Granada como administrativo. Acaso, cuando poco después de despertar se afeita delante del espejo, no descubra en su rostro la previsible incertidumbre por el trabajo que le espera en la oficina, sino la repentina sorpresa por haber encontrado la frase exacta que le permita continuar sin sobresaltos la novela que está escribiendo en esos momentos, su primera novela.
Comenzó a hacerlo ese mismo verano de 1983, en Úbeda, durante las vacaciones, en un repentino arrebato, como movido por el impulso que ha supuesto escribir cada semana, durante casi un año, sus crónicas en el Diario de Granada. Entonces había fingido ser un Robinson urbano, y pocos meses después, mantiene la máscara, ahora encerrado en un Nautilus suntuoso y cerrado, ejerciendo de capitán Nemo en las páginas del diario Ideal.
No ha dejado de ser un escritor casi secreto: el Ideal es un periódico de mayor difusión que el Diario de Granada, pero su invisibilidad como autor es prácticamente la misma. Cuando los miércoles se siente en una cafetería observará con un leve estremecimiento a algún parroquiano que abre las páginas del Ideal, acaso deteniendo la mirada en la sección de “Pensamientos y Opiniones”, un título que suene un poco a rancio y provinciano, tan poco sugestivo comparado con el epígrafe que encabeza, justo debajo, sus artículos: Diario del Nautilus.
Habrá quien piense que ha continuado la línea que comenzó con El Robinson urbano. Al fin y al cabo, las miradas del capitán Nemo y Robinson Crusoe remiten a la idea de la soledad y el exilio, a la minuciosa contemplación de la belleza del mundo. Pero aquel Robinson era un solitario caminante de las calles de Granada, un testigo de los secretos cotidianos, un enamorado de los laberintos y la literatura.
La lúcida ironía
Ahora, en este Diario del Nautilus, un Antonio Muñoz Molina menos juvenil, más experimentado, cuenta la realidad, el presente, como una prolongación de su memoria, como si cada acontecimiento de la actualidad contuviera una perfecta simetría con sus referencias culturales y el poder de sus recuerdos.
Las noticias que tal vez ese mismo periódico Ideal ha publicado días antes, se convierten en sus artículos en materia dúctil e insólita, no exenta de una lúcida ironía: ha leído que una muchacha francesa quiere ser fecundada por el semen póstumo y congelado de su amante, que hace un año murió en un accidente de automóvil. Por esa audaz habilidad que posee Muñoz Molina para interpretar los hechos más nimios, relaciona determinado soneto de Quevedo con la pasión amorosa que alguna vez afloró en esa desgraciada pareja, para concluir:
Las congeladas cenizas que aniden en el vientre de Simone habrán hecho cumplirse el veredicto de Quevedo. Polvo, serán, mas polvo enamorado.
En otro artículo, recoge un inquietante descubrimiento: Julio Iglesias ha incluido en su repertorio la hermosa, la irrepetible, la infamada canción que sonó una noche en cierto bar de Casablanca, cuando Ingrid Bergman pidió a un pianista negro que la volviera tocar para ella.
Sucedió una tarde de septiembre, frente a un televisor, y desde entonces no es posible retirarse a este último santuario de la soledad donde el fonógrafo azul guarda las músicas plurales de la exaltación y el fracaso sin que una voz impostora enturbie irreparablemente el territorio de los sueños. «Un beso es sólo un beso, un suspiro no es más que un suspiro», cantaba, y sonreía sin escrúpulos, en un inglés para hondureños con problemas de bilingüismo.
Una prodigiosa capacidad de observación
Pero Diario del Nautilus no solo es un viaje subterráneo por las certidumbres del presente y la memoria del pasado: también hay sagaces descubrimientos del futuro. En un artículo sorprendente, Los libros y la noche, Muñoz Molina se hace eco de la inauguración de la Feria del Libro de Francfort. A finales de 1983, cuando la vida nos parecía más moderada, casi inviolable al cambio, Muñoz Molina vaticina desde las páginas del periódico Ideal Granada:
En el futuro, es decir, en nuestro ominoso presente, no habrá libros ni bibliotecas que nos permitan vivir, como Quevedo, en conversación con los difuntos, sino pantallas iluminadas y paneles de teclado que dócilmente ofrecerán la sabiduría o la mentira e impartirán las órdenes de sus invisibles dueños, estableciendo en todas partes el dominio de sus pupilas, igual que aquel robot misántropo y polifemo que puso Stanley Kubrick en su Odisea del año dos mil uno.
Nada parece escapar a la prodigiosa capacidad de observación de Antonio Muñoz Molina: la infame invasión de la isla de Granada por el ejército de Estados Unidos lo lleva a evocar la ciudad del mismo nombre que en esos momentos habita, y el posible paraíso que los dos lugares acaso contienen le recuerdan a dos fugitivos, Gauguin y Robert Louis Stevenson, cuyas tumbas reposan en otra isla no menos paradisíaca. La aparición en una playa de Calabria de los guerreros de Riace, dos estatuas griegas del siglo V a.c., se convierte en una exaltación de lo sagrado y de los misterios del tiempo, en una serena reflexión sobre la insignificante existencia humana frente al paso de los siglos.
La poesía de los objetos
En las páginas del Diario del Nautilus se observa una evolución. Ese primer cronista siempre erudito pero sujeto a la actualidad va dando paso, conforme avanzan las semanas en el periódico Ideal, a una realidad más poética, más íntima, como si la mirada del capitán Nemo se hubiera adherido al rostro de Muñoz Molina de tal manera que ambos observaran las cosas desde la misma ventana circular y submarina del Nautilus.
Así encontramos artículos cuyo tema parece una visión críptica de la realidad: en uno de ellos, como sacado de un texto de Lovecfraft, escribe sobre la materia examinada con espanto desde el microscopio, y en otro artículo, titulado Exageración de mi paraguas, descubre en un objeto tan cotidiano una vida inesperada y paralela en un extraordinario ejercicio de imaginación. En Bestiario submarino se sorprende de la vida que habita en los bolsillos y en el fondo de los cajones, del paisaje lunar que se oculta debajo de las camas o bajo las teclas de la máquina de escribir.
Como si la evocación de una concreta forma de entender la literatura imantara la propia realidad, en el Diario del Nautilus se recoge también la noticia de la muerte de Julio Cortázar en un texto, Orfeo Nemo, que es un explícito homenaje y también una exploración sobre el mayor explorador literario de la vida desconocida de las cosas cotidianas:
Porque uno, al escribir, siempre le escribe a alguien, hoy quiero escribirle a usted, a quien nunca vi, como si pudiera escucharme o abrir estas páginas como quien abre una carta y sonríe leyéndola camino del ascensor y luego la guarda en un bolsillo y la olvida.
Dedicatoria
Han pasado unos meses desde que escribiera su último artículo, en junio de 1984. Pero Muñoz Molina, en septiembre, se ve en la necesidad de escribir un epílogo a sus palabras, a ese recorrido emocional y literario que ha trazado dentro de un submarino imaginario. Lo titula Dedicatoria y no es un artículo más. El escritor secreto se dirige directamente a sus lectores, los busca, diría que los reclama para explicarle el objeto de sus textos.
Para ese lector único y plural ha existido el Nautilus, para que otra voz, no la mía, inerte a su propio sonido, lo reviviera del silencio, de ese abandono de mensaje arrojado al mar en el que va a extraviarse la literatura cuando uno la aparta de sí como lastre o légamo en el que se le enredaba la imaginación ya ansiosa por alcanzar no roturados paisajes de papel en blanco.
Antonio Muñoz Molina sabe que, para el lector urgente de periódicos, sólo es un nombre al final de un artículo, un papel que se tira diariamente a la basura junto a las colillas y los desperdicios. Pero es el momento de la reivindicación, desde esos gestos menores, cuando “abre la máquina, sitúa pulcramente el papel en el punto de partida, vierte en la copa la justa dosis de alcohol, de hielo, de desidia”, cuando calcula la importancia de las palabras, y de la memoria, de sus referencias al cine y la literatura, a la somnolencia de las ciudades provinciales que comparte con el lector desde su atalaya en la que se ha instalado con el nombre de Nemo, Nadie.
En aquel septiembre de 1984, cuando da por finalizada su colaboración semanal con el diario Ideal, acaba de regresar de sus vacaciones en Úbeda, en un estado febril y entusiasta. Está finalizando su primera novela y lo que necesita ahora es llamar a sus lectores futuros, a los que dedica unas últimas palabras desde las páginas de un periódico, como citándolos a que vuelvan a ver su nombre, algún día, junto a un título que ya imagina impreso en la portada de un libro, Beatus Ille.