Viaje a Rusia recoge los artículos publicados por Josep Pla en el diario La Publicitat de Barcelona, en los primeros meses de 1925. En esos momentos, el escritor catalán ejercía de corresponsal del periódico en París y, tal vez por su desenvoltura en el ámbito internacional, le fue encomendado tan arriesgado encargo. No olvidemos que en ese momento corrían complejos tiempos en Rusia. Meses antes había muerto Lenin y la concentración de poder en manos de Stalin, en detrimento de Trotski, era un hecho palpable. Jamás volverían a desarrollarse circunstancias como aquellas en la recién nacida Unión Soviética.
Las circunstancias
La primera circunstancia anómala que se dio para escribir este Viaje a Rusia la describe Josep Pla con su habitual naturalidad:
En 1925, cuando fui a Rusia, sabía de aquel país aproximadamente lo que sabe todo el mundo: prácticamente nada. De la revolución y de los años posteriores, sabía lo que habían dicho los diarios que había leído.
Josep Pla era entonces un joven periodista de 27 años, que llevaba seis fuera de España como corresponsal. Su técnica narrativa y periodística se basaba en el criterio inglés del Wait and see, esto es, esperar y observar. La mirada de Josep Pla, desde sus inicios como escritor, fue de un objetivismo paciente y obsesivo. Este viaje a Rusia requería precisamente eso: una agudeza visual y un desapasionamiento ejemplar.
Como muchos años después definiría Winston Churchill, Rusia era “un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. La misión del ampurdanés era desentrañar algo de ese misterio a través de la simple observación.
La Rusia que pudo ser
¿Consiguió Josep Pla su objetivo? Desde luego que sí. Viaje a Rusia es una crónica descriptiva y ajustada a la realidad, sin apenas juicios críticos, de una gran amenidad. Y lo más importante para el lector actual: es un libro de gran valor histórico. Los primeros años turbulentos de la revolución, lo que se llamaría después comunismo de guerra, habían pasado.
La década de los 20 se iniciaba con la implantación, por parte de Lenin, de la NEP, una nueva política que relajaba las directrices contra la iniciativa privada. La Unión Soviética, en aquellos años, no era ya el vendaval revolucionario de los comienzos, pero tampoco era aún la cruel y opaca dictadura que implantaría Stalin. Josep Pla se percata con mucha astucia de aquel giro político y social que en aquellos instantes estaba desarrollando el gobierno ruso y lo contrasta con los primeros años revolucionarios, de una carestía insoportable.
En definitiva, Viaje a Rusia viene a ser la descripción del paso de la revolución proletaria al socialismo, idea que Lenin no pudo desarrollar y que truncó definitivamente Stalin con su política del terror. De ahí la curiosidad de este documento histórico. Asistimos, de la mano de Josep Pla, a la realidad de una URSS que, sin renunciar a la dictadura del proletariado, estaba construyendo una sociedad más humana que la que después conocimos.
Unas crónicas desconcertantes
Debemos imaginar a los lectores de estas crónicas en 1925. Hasta ese momento el socialismo era solo mera teoría en las mentes occidentales, y lo que los lectores entenderían por revolución se confundía con atentados terroristas y revueltas anarquistas. Ante ello, Josep Pla plantea y redacta unas crónicas perfectamente ordenadas, diríamos que casi disciplinadas. Llevado por lo que observa en Rusia, describe notarialmente cómo se manifiestan en la realidad diaria las ideas bolcheviques.
Al lector actual no le resultan extrañas expresiones como movimientos cooperativos, congreso de los soviets o comités sindicales. Sin embargo, a los lectores de 1925 aquello le sonaría a chino, o cuando menos, a sorprendente novedad. En este sentido, Viaje a Rusia es un libro que se mueve, desde el comienzo hasta el final, basado en un principio que destaca Josep Pla: “Tendencia a la igualdad económica, tendencia a la desigualdad política”, algo que en Occidente era completamente desconocido.
Desde luego, la desigualdad política ya existía en España de una forma manifiesta: eran los años de la dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, la igualdad económica… La historia nos ha enseñado, finalmente en qué consistiría esa igualdad económica soviética (me refiero respecto al capitalismo occidental), pero en aquellos momentos Josep Pla constata de forma ineluctable un hecho fundamental: en Rusia no había ricos; en Rusia ninguna persona explotaba a otra persona. Póngase el lector en la piel del obrero español del año 25, y también en la de los empresarios catalanes que, seguramente, eran los lectores más habituales del periódico.
La mirada inteligente
Que las crónicas que conforman Viaje a Rusia sean desapasionadas no significa ingenuidad o candor por parte de Josep Pla. El joven periodista observa, pregunta, comprende. No era fácil hacerlo en esas circunstancias y ante hechos tan novedosos. Pero a la mirada inteligente del joven Josep Pla no se le escapa lo fundamental: la realidad política que subyace bajo el aparato estructural de la economía soviética:
¿En Rusia hay libertad? Pasa como en todas partes. En Rusia tienen libertad los comunistas. En las otras partes del mundo, tienen libertad los anticomunistas. Parece que la historia demuestra que la realización absoluta de la libertad es un trabajo desproporcionado para las fuerzas humanas.
Josep Pla constata otro hecho, esta vez de tipo social: la igualdad entre hombres y mujeres, una quimera en el Occidente de los años 20. Y también la defensa, por parte del Estado, de los niños frente a sus padres, algo impensable en aquel tiempo. Es el Estado el que rige absolutamente la realidad social del país. No es que en el resto del mundo no ocurra lo mismo: las decisiones políticas, en el país que sea, siempre crean una realidad social determinada. La cuestión es la forma que Josep Pla encuentra característica de la Rusia bolchevique.
La contradicción soviética
Es cuando Josep Pla se acerca a la realidad social, cuando se ve forzado a emitir juicios críticos. Ya decimos que Viaje a Rusia es un libro esencialmente objetivo, y por ello un gran documento histórico, que refleja, por tanto, una imagen de la URSS absolutamente desfasada de lo que fue después el país eslavo. De ahí que las conclusiones que de vez en cuando se permite el joven Josep Pla sean asombrosas. Por ejemplo, la contradicción entre individuo y Estado, explicada de esta forma tan natural por el escritor catalán:
El pueblo hace la revolución para trabajar menos, para mandar, para ir a la repartidora, impulsado por una fuerza disgregada, centrífuga y afrodisíaca. Los comunistas, en cambio, hacen la revolución para hacer que el pueblo trabaje más, para que obedezca, para darlo todo al Estado, para crear un grandioso aparato de relojería perfecto, exacto, precioso, en el que cada hombre sea una máquina.
El pueblo es siempre anarquista, y los comunistas son los antípodas de los anarquistas. Esta terrible contradicción es el escollo de todas las revoluciones de base económica. Todo el mundo es bueno para destruir; construir es mucho más difícil.
Este libro viene a demostrar lo que es el buen periodismo: narra lo que se ve y también lo que no se ve. Viaje a Rusia es un espléndido ejemplo de indagación periodística.
La levadura de la lengua catalana
Además esta obra está magníficamente escrita. Lo que Josep Pla hizo por la lengua catalana (Viaje a Rusia está originariamente escrito en catalán) es de una importancia monumental. Escribe Josep Pla en estas mismas páginas, acerca de su propia obra:
En la historia de nuestro renacimiento [se refiere a la situación política y social en Cataluña], nos faltan un poco estos libros de segundo y tercer orden que constituyen la levadura de la producción en las grandes lenguas. Estos libros armonizan el conjunto y sirven para tapar los agujeros. Duran poco. Los poetas solo trabajan con materiales que perduran.
Un siglo después, este material que forma Viaje a Rusia sigue perdurando, a pesar de la modestia de Josep Pla. La traducción de Marta Rebón es magnífica: extrae con escrupulosa exactitud la esencia de la narrativa tan peculiar de Josep Pla. Ciertamente, el buen periodismo puede ser una de las ramas de la buena literatura.