Debo empezar recomnedándoles encarecidamente que lean a Jorge Ibargüengoitia, y no porque se lo diga yo, sino porque lo dicen otros muchos ecritores de enorme solvencia. Por citar un ejemplo, su compatriota Juan Villoro lo adora. Y por poner una cita, les transcribo un comentario del periodista y escritor Enric González:
Si no ha leído a Jorge Ibargüengoitia, compre alguno de sus libros y léalo. Es muy probable que no encuentre nada en las librerías españolas, lo que demuestra, una vez más, que la vida puede estar muy bien, pero el mundo está muy mal. Si tiene un amigo en México, consiga que le envíe las obras de Ibargüengoitia. Si no tiene ese amigo, laméntelo amargamente. Insisto: lea a Ibargüengoitia.
De lo bueno, poco: Jorge Ibargüengoitia
Dicen que los mexicanos disfrutan riéndose de la muerte, pero Jorge Ibargüengoitia, nacido el 28 de enero de 1928 en la ciudad de Guanajuato (México), se rio hasta de lo más sagrado en el México de su época: de la religión católica, de la clase política hegemónica, de la revolución y del nacimiento de un país moderno.
La pluma ágil y la crítica lacerante fueron armas para él conocidas desde sus años de universitario, aunque con razón, no le harían justicia en la facultad de ingeniería, carrera que abandonaría sin más para dedicarse de lleno a las letras de la mano de Rodolfo Usigli y otros maestros literatos a los que tomó como guía en la escuela de Filosofía y letras.
Entre mujeres te veas
Hijo de una joven viuda cuya familia directa estuvo conformada en su mayoría por mujeres, Ibargüengoitia creció en un ambiente tradicional en el que costumbrismo, feminismo y un poco de locura, le dieron cuna. Las muchas mujeres de su vida le hicieron arrojado, observador y extrovertido, lo cual con el tiempo, le convertirían en uno de los autores más agudos y mordaces de los que la literatura latinoamericana tuviese memoria. También lo mal acostumbraron a los mimos y lo espolearon con grandes expectativas de fama y éxito al representar el papel del único hombre de la casa: “El otro que había (el segundo marido de su madre) murió”.
Así, las lenguas viperinas cuentan que en aquella familia se guardó luto por 15 años a causa de que el taimado muchacho, tomara la impulsiva decisión de dejar la carrera de ingeniero para ser ese irreverente autor al que muchos temieron por ser capaz de pasar por alto hasta las lágrimas de decepción de sus sagradas (y muchas) madres.
Un crimen tras otro
Ya en el camino de la literatura, no tardó Ibargüengoitia en dejarse seducir por la dramaturgia y el periodismo y, por si eso fuera poco, en destacar por encima de otros menos afortunados que dedicaron su primera juventud a educarse en la escritura. Al cabo arrebataría premios a diestra y siniestra como en la edición 1963 del concurso de Teatro Casa de las Américas con su obra El atentado. Sobre este premio, dicho sea de paso, el autor ironizaría en una crónica hilarante publicada dentro de una colección de artículos publicados por la editorial Reino de Redonda que se titula Revolución en el jardín.
Tras recibir aquel premio, a mediados de los 60 se lanzaría al ruedo de la novela por la puerta grande con varias historias consecutivas que, casi de inmediato, se convertirían en materia para cine:Los relámpagos de agosto (1964), Maten al león (1969) Estas ruinas que ves, Dos crímenes (ambas de 1974), La ley de Herodes (1976) y Las muertas (1977). Esta última basada en un terrorífico caso de tortura, asesinato y tráfico de blancas ocurrido en la provincia mexicana. Las muertas es, para mi gusto, una de las mejores novelas, no sólo del autor, sino de la literatura hispanoamericana contemporánea.
Un relámpago en noviembre
El nombre de Jorge Ibargüengoitia resonó en el mundo entero el día de su muerte. El 26 de noviembre de 1983 fue la trágica fecha en que la literatura latinoamericana se vistió de luto. El Boeing 747 de la aerolínea colombiana Avianca se estrellaba casi a punto de aterrizar en Madrid silenciando para siempre la voz de Ibargüengoitia junto la de Ernesto Sabater, Manuel Scorza, Ángel Rama y Marta Traba. Así, sin decir adiós, se despide el guanajuatense “bendito entre las mujeres”.