Memorial de hierbas. Luis Mateo Díez

Luis Mateo

Hay escritores que toman su trabajo como una crónica, y otros que lo abordan como francotiradores. Luis Mateo Díez, desde el primer libro en prosa que publicó en 1972, se encuentra entre estos últimos.

En aquel momento, la literatura que se hace en España vive la tardía resaca de los caminos ya cerrados por Joyce en el Ulises, más algún asalto a la forma de narrar de ciertos relatos de Faulkner. El argumento es lo menos importante, la trama apenas mantiene un débil hilo conductor: la experimentación intenta abarcar desde lo comprensible hasta lo ininteligible, se escriben novelas sin signos de puntuación, con párrafos cortos, mínimos, o con párrafos tan largos como la propia novela. El acto de crear se convierte en la mera destrucción de los recursos tradicionales del género: el diálogo, la estructura narrativa, la propia sintaxis. Los personajes no existen, y si existen, son una mera excusa para que el novelista ponga en sus bocas o en sus monólogos interiores los más acrobáticos juegos verbales, como si las palabras fueran sólo una diversión cuando se ponen por escrito.

En medio de ese panorama, Luis Mateo Díez apareció con Memorial de hierbas, un libro de cuentos en el que las historias siguen manteniendo el gusto por las construcciones sólidas sobre las que se sostiene el placer de narrar y de leer. Sin embargo, sus argumentos no se parecen demasiado a los de los viejos maestros; si acaso, pueden recordar a las narraciones de algunos realistas italianos de posguerra; la demora en el detalle no sucumbe al casticismo, sino que siempre hay un lugar para la insinuación, leves elipsis que prestan una acogedora atmósfera legendaria a las narraciones. Y lo que es fundamental: en ellas existe ese poder de persuasión que tanto defiende Mario Vargas Llosa, que seduce y hechiza, que nos convence con la verdad de las mentiras.

En el libro hay relatos que hablan de lo que no existe, de la pérdida de un ser querido o de todo un pueblo, como en La familia de Villar, donde un niño vive el exilio de la tierra donde nació, ahora anegada por las aguas de un pantano, las mismas que, canalizadas, servirán a su padre para regar sus cultivos en suelo extraño. Pero no todas las aguas son el agua, como cada ausencia tiene su propio desconsuelo, y a veces es preferible sepultarla bajo la discreción del silencio, como ocurre en Concierto sentimental, donde un abuelo y su nieto quedan unidos por la muerte de una mujer, madre e hija, a través de las notas de una flauta dulce, con las que el anciano conjura las incómodas preguntas del muchacho sobre la misteriosa muerte violenta de su madre.

También hay relatos donde la realidad se muestra brutal. Albanito, amigo mío nos cuenta una historia de mala suerte, la del protagonista, enclenque, pusilánime y cenizo, emigrado a la costa desde el interior en busca de trabajo, aplastado por los fardos que estiba en los muelles para sobrevivir, infectado luego por la sarna y más tarde por unas ladillas que no pudo contraer de relación alguna, porque no tiene dinero para pagarla. Un amigo, asesino piadoso, con el que se encuentra todas las noches en una taberna del puerto, aliviará su existencia en un acto de puro de amor, más allá de la amistad. El mismo amor que aparece en El difunto Ezequiel Montes como el último retazo de una vida que sin duda fue más dichosa y que el protagonista intenta retomar enviándole largas cartas a una mujer con la que mantuvo un idilio medio siglo antes y que ahora no responde a sus palabras.

Tampoco falta el humor, corrosivo y negro, presente en Carta de amor y batalla, un soberbio cuento donde un hombre, tras siete años de noviazgo, en el trance de pedir la mano de su novia, es obligado a pasar una vergonzosa y atroz prueba por parte de su futuro suegro, un teniente de caballería, que lo examina como si de un caballo se tratara delante de tres tías solteras.

De los dieciséis relatos que contiene el libro, el escritor recuperó nueve para las posteriores recopilaciones que se han hecho de sus cuentos. Quizás, por ello, lo más interesante del volumen se halla en los relatos que condenó al olvido de sus lectores, los que nunca han vuelto a ver la luz desde entonces. En ellos descubrimos a un Luis Mateo Díez anterior a Luis Mateo Díez, lejano del mítico mundo que viene construyendo novela tras novela desde hace más de 25 años. Son cuentos que nos traen ecos de otros autores, posibles influencias juveniles que el escritor ya maduro rechazó. Por las páginas de Memorial de hierbas transitan las historias circulares y fantásticas de Cortázar y Borges, las pesadillas de Kafka, las parábolas metafísicas de Dino Buzzati. Precisamente por ello, y a pesar de su calidad indudable, no son los mejores cuentos del libro, porque esa voz poderosa y legendaria que ahora nos atrae de Luis Mateo Díez, con su misericordiosa mirada hacia las debilidades humanas, su brillante capacidad de fabulación y su estilo imaginativo y cervantino, apenas se vislumbran en ellos, lastrados por la rémora de reminiscencias ajenas que sufre todo escritor en ciernes.

Memorial de hierbas resultó finalista del premio Novelas y Cuentos de 1972, otorgado por la editorial Magisterio Español. Como curiosidad, es digno de mención el prólogo del libro, escrito por Pablo Corbalán como miembro del jurado, que comienza del siguiente modo: “Desgraciadamente, no sé quién es Luis Mateo Díez”. Igualmente reconoce que no sabe su edad, ni su lugar de nacimiento, ni a qué se dedica, pero en un excelente ejercicio de crítica literaria, dictamina: “Se trata de un escritor verdadero, de un creador literario y de un profundo observador de la vida, de sus luces y de sus sombras”, encontrando en su escritura “todo un mundo literario”. Parafraseando al prologuista, desgraciadamente no sé quién es Pablo Corbalán, pero me gustaría conocerlo para saber si aún mantiene viva esa bendita clarividencia en sus juicios literarios.

Otros cuentos recogidos en el libro:
Cuentos recuperados posteriormente:

Los grajos del Sochantre, relato donde ya descubrimos, no sólo la probada maestría estilística del escritor, sino los temas que conformarán su trayectoria narrativa, describe los días del protagonista, obsesionado con los grajos que anidan en la colegiata donde ejerce su oficio. Poco a poco, valiéndose de trampas que coloca en el balcón de su casa, entre los humos espiritosos del aguardiente y una misantropía que no necesita de descripciones, va cazando a los negros pájaros, que posteriormente se hace servir cocinados por su sobrina. Conforme avanza el relato, el sochantre va adquiriendo un cierto aire fúnebre, un decaimiento de la voz, cada vez más parecida a un graznido que al timbre que se espera del miembro de un coro. Al final, como no podría ser de otra forma, los grajos terminarán ganándole la batalla de la vida.

Mister Delmas vuelve a recuperar una trama nebulosa, sin apenas indicios de la historia doble que oculta, concretada en un hombre que se está separando de su mujer mientras disfruta de sus vacaciones y que en el hotel conoce a un tipo bastante misterioso, Mister Delmas, del que apenas sabremos nada, puesto que aquello que el protagonista puede llegar a conocer por una conversación con aquél, también no lo escatima en su narración. El trágico final, en vez de aclarar el misterio, lo vuelve aún más opaco.

En El viaje de doña Saturnina asistimos con una cierta dosis de humor al doble viaje que hace la protagonista. Por un lado, el que hace todos los meses para cobrar la renta de un piso en alquiler y, más avanzada la historia, el que mentalmente emprende después de confundir por bicarbonato unos polvos blancos que uno de sus inquilinos se ha dejado al abandonar precipitadamente el inmueble.

En La llamada, un profesor sensible a la historia antigua, cuya refinada civilización admira sobre la actual, comienza a recibir llamadas de una chica que primero le declara su amor y, más tarde, le pide acostarse con él y “ser su Nefertiti”. El profesor, incrédulo al principio, va dejándose engatusar por esa voz, le va encontrando un cuerpo en el cuerpo de alguna de sus alumnas y, al final, se rinde a la voluptuosidad fácil de nuestra civilización, que puede ocultar una broma de mal gusto.
Cuentos no recuperados:

Maestro Panicha trata de las malandanzas y desventuras de un pícaro del siglo XVII, escrito a modo de resumen por parte del autor, que toma la historia de una serie de libros macarrónicos que poseía un tío suyo, muerto recientemente. Contado con una gran economía de medios, no obstante, despliega una vasta erudición que abarca desde citas apócrifas hasta poemillas de difícil clasificación. El pícaro, supuestamente dedicado a contar falsos milagros en el Camino de Santiago, termina embaucando a los ingenuos con supuestas curas de hierbas, dietas tremebundas y apariciones del Matamoros, terminando de preñador de mozas, borrachín y jugador, que finalmente es engañado por el discípulo que escoge para rematar sus engañifas. El relato, que proviene directamente de la novela picaresca, es un concentrado pastiche que hubiera necesitado de una mayor extensión para las que se adivinan divertidas aventuras del tal sinvergüenza.

En Los temores ocultos vislumbramos al joven Luis Mateo Díez. En este cuento, las huellas de Cortázar y Borges son innegables, dos escritores que, por cierto, habitan muy lejos de la poética del autor. Su forma recuerda bastante al cuento de Cortázar Continuidad de los parques, con una estructura circular también muy querida por Borges. En este caso, se trata de escritor que es a su vez escrito por alguien innominado y que entra en la propia trama de la novela que está escribiendo.

Con Mensajero en Istmo vuelve el autor a adentrarse en universos ajenos, esta vez de la mano de dos escritores italianos, Dino Buzzati y Tommaso Landolfi. Se trata de una parábola oscura acerca de un Mensajero que llega a un territorio donde la reina vive arracimada entre sedas, para llevarle como presente un collar de perlas. Los personajes no tienen nombre (las Damas, el Viejo Guardián, los Sacerdotes) y la historia carece de consistencia, sin que sepamos a ciencia cierta el significado de la fábula.

El asunto del inspector Lasser es un cuento policiaco en el que el protagonista, inspector de policía, voyeur y moralista, queda atrapado mortalmente por la jugada un tanto pueril de una bailarina de striptease.

Parte de la refriega vuelve a adentrase en el territorio del cuento fantástico, entre Cortázar y Kafka, terreno en el que Luis Mateo Díez no da lo mejor de sí mismo aunque el cuento sea interesante. En este caso, el examen se trata de una prueba sangrienta en el que los alumnos pagan con su vida por motivos que ignoramos, dejando el Aula Magna convertida en un paisaje de batalla.

Excrementos de limpia ejecutoria no pasa de ser una pequeña escena escatológica protagonizada por un alto directivo, entretenido, antes de entrar en una importante Convención, en un exquisito paseo por la ciudad, del que termina siendo inopinadamente cagado por un pájaro.

Un hombre a punto de morir le enseña unas fotografías a su nieto. En éstas aparece una joven, Cecilia Campos, a la que, en palabras del viejo, “amaron hasta las piedras”. Así comienza Las fotografías, que también cuenta, mediante el recurso de los vasos comunicantes, el amor que siente por el chico protagonista su prima Cecilia. En el discurso del anciano aún quedan las cenizas de las brasas del amor que se van encendiendo, como contrapunto, entre los dos jóvenes.

Canon Luis Mateo Díez (III)
Memorial de hierbas. Luis Mateo Díez. Editorial Magisterio Español. 1973.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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