Cuentos de amor de locura y de muerte. Horacio Quiroga

037.Cuentos Quiroga

Hacer el papel de precursor en literatura no es tarea grata, puesto que la crítica suele poner sus miras en los ulteriores escritores que han asimilado las enseñanzas y han llegado a la madurez necesaria para ser objeto de culto. En Sudamérica, en el siglo XX, la técnica del relato alcanzó unas cotas insuperables por el audaz tratamiento de los temas y la fecunda imaginación narrativa, pero quizás nada de esto hubiera sido posible sin la existencia del uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), un escritor casi secreto que no ha alcanzado el suficiente interés de los lectores precisamente por haberse anticipado en muchos años a la corriente cuentística que más tarde se desarrollaría con inusitada brillantez. En este contexto hay que situar un libro tan necesario como Cuentos de amor de locura y de muerte (1917).

Tomando tal vez como modelo a Poe, aunque transmutándolo en atmósferas opresivas originadas por la fuerza brutal de la Naturaleza, Horacio Quiroga forjó una narrativa exuberante, muy cercana a los modernistas, pero con un punto de vista que podríamos denominar como actual. Apenas hay algún cuento en este libro que nos haga pensar que fue escrito a principios del siglo XX. La ciudad apenas aparece y los cuentos que no se desarrollan en la selva lo hacen en espacios cerrados, generalmente convertidos en el escenario de un extraño suceso que casi inevitablemente acaba en tragedia. Es de destacar que Quiroga se atreve con un tipo de relato en el que la sorpresa final es el eje de toda la trama, relato al que evidentemente el lector actual está acostumbrado pero que en su tiempo debió ser de una extraña novedad.

Como su título indica, los cuentos giran alrededor de tres grandes temas, destacando el de la locura, que puede proceder de un episodio amoroso o inducir a un final mortal. De ahí que el tratamiento del amor sea cualquier cosa menos romántico y se acerque mucho más a lo macabro o a la mera venganza. Los tres primeros cuentos del libro, junto al último, destacan por esa visión particular del amor como un sentimiento que genera una pasión mucho más morbosa, enfermiza y disparatada. En uno de esos cuentos, se vive una curiosa historia de amor que después se desarrolla de forma magistral: una muchacha, enferma de meningitis, solo pronuncia un nombre en medio de sus delirios, el de un joven ingeniero que relata la historia y que, sorprendentemente, solo conoce a la joven de vista. La enferma mejora claramente cada vez que el ingeniero le tiende la mano junto al lecho, pero en cuanto ella recobra la lucidez, ignora al desconocido como si nunca hubiera estado a su lado. Entre los dos se va creando un círculo amoroso ensombrecido por la enfermedad, que es el único medio que los une.

En otro de estos brillantes cuentos de amor, un pobre joyero está casado con una mujer ambiciosa que ve pasar las joyas por su casa sin que pueda adquirirlas por su humilde condición. Esto generará desagradables escenas entre ellos, que el hombre lleva con paciencia, hasta que finalmente, decide engastar una joya por la que su mujer se muere de ganas de poseer, con la intención de que por fin la esposa pueda lucirla en su pecho. La última línea de este cuento es de las más crueles que se pueden leer en una historia de amor, al igual que la del cuento que abre el libro, iniciado como un convencional relato amoroso entre dos jóvenes que se ven separados por la diferencia en el estatus social, pero que termina con una sórdida escena de rencor y venganza propia de los más exigentes y canallas finales de Poe.

Como decíamos, la Naturaleza tiene una importancia básica en el desarrollo de la mayoría de los cuentos, e incluso Quiroga no tiene reparos en humanizar a los animales y hacerlos hablar para contrastar su nobleza con la fiereza del ser humano. Podrían pasar por fábulas si no fuera por la carga dramática que los sostiene. En uno de estos cuentos, unos perros son capaces de ver a la Muerte al encuentro de sus amos, y en otro, otros tantos perros son víctimas del calor sofocante del verano y el no menos amenazante desvarío del ser humano sujeto a las terribles consecuencias de la vida salvaje.

Tampoco faltan los cuentos marcadamente macabros, éstos sí que muy influidos por Poe y otros cuentistas del siglo XIX, en los que aparecen buques que llevan al suicidio a sus tripulantes o almohadones de plumas que cobijan peligrosas criaturas que convierten los sueños en pesadillas.

Pero sin lugar a dudas, el cuento más importante, y que podría incluirse en la más rigurosa selección de relatos del siglo XX, es el titulado La gallina degollada. Desde el principio, la historia contiene un fuerte ingrediente irracional que llevará a un final impresionante, de una cruda realidad: un matrimonio va concibiendo uno tras otro a cuatro hijos que al transcurrir unos meses, se convierten en idiotas. El fatalismo impregna esta narración, en la que la mujer se encuentra desbordada por los errores de la naturaleza que habitan en su casa. Estos pobres muchachos apenas tienen unas líneas en el cuento, pero su presencia es aplastante. El matrimonio, sin embargo, no pierde la esperanza de concebir un hijo normal, lo que consiguen finalmente en forma de una adorable niña a la que cubren de mimos y atenciones. La vida transcurre plácidamente en la casa hasta que una criada degüella a una gallina en presencia de los idiotas. La sangre que cubre el suelo de la cocina es como una llamada al lado más salvaje de la irracionalidad humana, escondida en esa casa tras ocho ojos que no comprenden la sangrienta escena.

En cualquier caso, en todos los cuentos se esconde el lado más espantoso de la naturaleza, sea del tipo que sea, y Horacio Quiroga consigue como pocos adentrarse en ese peligroso camino con una certera maestría que solo pocos cuentistas posteriores consiguieron alcanzar en el continente americano.

Cuentos de amor de locura y de muerte. Horacio Quiroga. Menoscuarto.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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